Por cuenta de la protagonista del programa Lazos de sangre de esta noche, (una suerte de espacio de cotilleo pero con cierto estilo, alejado de las discusiones tabernarias y vocingleras, de otras emisiones, abonadas a la caspa y al lodazal) ,la inimitable María Jiménez, he encontrado una razón de peso para que no me vaya a la cama a las 23.30, como hago todas las noches con una puntualidad que ni los suizos.
Debió ser allá a finales de los años setenta, cuando en el Ford Fiesta de la familia que reproducia una y otra vez cintas de casette, muchas de ellas compradas en bares de carretera, cuando oí por primera vez su mítica canción: Se acabó.
Mujer de nervio, de enorme sensualidad, de voz desgarrada y poderosa presencia. Su melena rubia al viento es una de esas imágenes icónicas de una España de finales de los años 70 y comienzo de los 80, de las que apenas hoy si queda rastro, salvo en la memoria de los que hoy peinamos canas. Memoria de autenticidad e intensidad, como la que acompañó a esta mujer en su intensa y desbordante vida.
Porque yo me lo propuse y sufrí
Como nadie había sufrido y mi piel
Se quedó vacía y sola
Desahuciada en el olvido y después...
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