No he podido evitar volver a recordar ayer a Firmin, a cuenta del revuelo que una rata produjo en el salón de plenos del Parlamento de Andalucía. Si aquella en la novela de Sam Savage, aprendía a leer comiéndose el papel de los libros de una decadente librería de un barrio pobre de Bostón, ´wsta ha obligado a muchas de sus señorías a subirse a sus escaños, gateando presa del pánico, al sentir la presencia del roedor merodeando cerca de sus mesas y asientos.
Firmin aprendió a leer, y la rata de ayer, quería aprender a parlamentar, porque a eso se va a los parlamentos, a esgrimir argumentos, con la esperanza de debatirlos, y, con suerte, llegar a acuerdos.
Tal vez nos vendría bien que las nuevas hornadas de representantes electos sean como Firmin y su travieso adlátere de ayer, y aprendan a hacer aquello para lo que están destinadas sus poltronas. Si compensaran la falta de talento y de capacidad, con la intención, al menos, de aprender y hacer lo que deben en sus respectivos puestos, si tan si quiera, aprovecharan la estancia para hablar y comunicarse, cubrirían el expediente mínimamente, y se ganarían, si no la admiración, si al menos el respeto de sus electores.
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