Es este uno de esos libros impactantes; el clásico libro que puede marcarte si lo lees a temprana edad, no en vano este pequeño listado de pequeñas cartas, diez en total, que Rilke dirige a un militar de profesión dado a la poesía, Franz Xaver Kappus, es un pequeño tratado de cómo escribir y vivir.
Eso no lo convierte en un libro para jóvenes, ni mucho menos. El efecto que genera su lectura puede ser tan impactante o más si se acerca uno a su lectura con edades maduras.
El texto de Rilke, que al ser redactado en estilo epistolar, adquiere enseguida un velocidad de crucero lector muy intensa, gracias a su prosa agíl, amena, curiosa e interesante, amenizada, además por el diferente lugar en que se encuentra el poeta , desde donde envía cada misiva de respuesta; ya sea desde París, Roma, Berlín o algún lugar de Suecia, donde el poeta alemán vive circunstancialmente, ya sea movido por necesidades de reposo dada su precaria salud, o al albur del mecenazgo, de algún amante de las letras que le da cobijo y sustento de manera transitoria.
El comienzo de la relación epistolar es tan obvio como repetido en la historia de la literatura: el envío de unos versos, que Kappus pide a Rilke que valore, sin que este se sienta capacitado para decirle si son buenos o valiosos, en una primer momento, aunque luego este lo matizara a lo largo de las sucesivas misivas. Esa postura, aparente cómoda por parte de Rainer Maria, no será en realidad más que el prólogo de un puñado de consejos y sugerencias que comienzan y terminan en una misma y sola premisa: buscar el público que ha de valorar la bondad de tus trabajos literarios dentro de uno mismo, antes que fuera: el mejor y más importante crítico es siempre uno mismo.
Cartas a un joven poeta, (Alianza Editorial), es un canto a la acción de uno mismo para si, es una búsqueda de lo más hondo que todos poseemos, es un ejercicio de búsqueda de la soledad enriquecedora, principal elemento inspirador del arte, es una continua reflexión sobre el papel del hombre y su conexión con lo más elevado, a través de la religión o del arte, dando al papel de Dios una concepción igual de eterea, pero con diferentes matices. Y es ante todo y sobre todo, un canto al amor, donde la figura de la mujer y el hombre han de conectarse alejados de convencionalismo y posiciones preconcebidas, ejerciendo cada cual su condición como requisito imprescindible antes de poder entregarse al otro.
Estas pequeñas cartas, que se leen en un suspiro, son un canto a la vida y hacen de su lectura, un momento de reflexión, de introspección necesaria y enriquecedora. Son en realidad, toda una experiencia.
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