Reflexiones a vuela pluma. Me sorprende cómo debates que parecían más que sobrepasados vuelven a estar en la boca de todo el mundo.
Hemos vuelto a los días de la reconversion industrial, aquella que a primeros de los años ochenta, pusieron al día la obsoleta y poco rentable industria pesada española, concentrada en su mayor parte en la zona norte de la península. Mal prevista, peor dimensionada, y sin planes de futuro o continuidad, dejó en la calle a unos cuantos miles de personas.
Hoy día todo eso vuelve a la palestra con el cierre que una empresa nipona tiene en Barcelona. Seguramente ese cierre sólo se ha demorado en el tiempo, por decisiones más de índole político o de imagen que por razones económicas, que de haber prevalecido habrían permitido el cierre mucho antes.
El drama social ya lo tenemos ahí, son muchas las familias que van a ir de cabeza al paro. Y en el debate para garantizarles algún tipo de futuro, ya ha algunos que sostienen que habría que renacionalizar la planta.
Renacionalizar. Esa pretensión política de convertir en patrimonio del estado empresas privadas deficitarias y poco rentables. Mecanismo de acción de impronta socialista a lo largo de los años setenta, esos en que el socialismo español miraba a Francia y a lo que Miterrand hacía. Últimos coletazos de ciertas inercias de colectivización que casi se habían aparcado en Suresnes en 1974. Aunque la pifia de Rumasa, fue el verdadero punto y final de este tipo de iniciativas.
Son cuarenta años de políticas progresistas que han buscado otros modelos de redistribución de la riqueza; manteniendo siempre como referente el espejo sueco, aquel que nunca vio al mercado como un enemigo, sino como una oportunidad, como un instrumento al que había que influír, y en todo caso controlar, pero no socavar ni hacer sucumbir. Y lo más importante, que no había mejor nacionalización que la implicación de los trabajadores en la actividad de sus empresas, y llegado el caso, en la capitalizacion de la mismas siendo accionistas.
Esa simbiosis que aparentemente anexionaba intereses antagónicos, es el modelo de trabajo sobre el que la socialdemocracia occidental se ha asentado en estas décadas. Y aunque sus frutos son muy notorios, la falta de sostenibilidad del modelo por si mismo, hace que sean cada vez más los que lo cuestionan, a un lado y a otro. La globalización económica, especialmente en lo referente a la capitalización, que siempre va por delante y sin control, pone ahora mismo en jaque las bases del Estado de bienestar, y de los servicios públicos anexos a él. Disyuntiva total. Reto a superar.
Me pregunto si en esta nueva era, y sin que los estados nación tengan el poder de controlar las variables económicas como hacían antes, con la cesión parcial de soberanía en la toma de decisiones económicas, sin políticas monetarias efectivas, y con dificultades para controlar las politicas fiscales, esas que les restan capacidad de hacer frente a multinacionales volátiles que pagan inpuestos donde quieren, me pregunto si tiene sentido hacer frente a los retos económicos de este inicio de siglo con iniciativas del siglo pasado.
Si me dan una pala puedo mover tierra, pero apenas si avanzará mi agujero, máxime si me comparo con el del al lado, que tiene una pala excavadora que mueve metros cúbicos por segundo con ella. Así creo que actuan determinados sectores de la izquierda, buscando la implantación de recetas pasadas y que no andan en consonancia con los nuevos tiempos. Sin posturas globales no habrá soluciones locales.
El mundo ha cambiado, lleva ya unos cuantos años de hecho. Para hacer frente a lo que tenemos ya encima, y a lo que venga, más imaginación, por favor.
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