Miro al cielo. Hoy parece que la climatología va a sernos más benévola. A las ocho después de los aplausos, podremos salir un rato a la calle.
Qué curioso. Lo que muchas tardes se convertía en pereza y en búsqueda de cualquier excusa o motivo para salir, ahora carece de motivación alguna. Es una hora de paseo, tan sólo sesenta minutos, pero muchos días la espera se convierte en una lenta agonía de minutos que parecen no terminar de pasar. Caray, cómo cambia uno cuando las circustancias también cambian.
Saldré calle arriba y me incorporaré a la avenida principal. Allí los municipales habrán ya cortado el escaso tráfico que fluye para dejarnos a los pedestres vía libre.
No tardaré en ver a otros como yo, que con indumentaria deportiva, o ropa cómoda, atuendos que normalmente se dejaban antes para momentos más intimos, por ser menos decorosos, se irán cruzando a un lado y a otro, al compás de los pasos de unos vecinos que se mueven con pereza, casi sin fuerza, pese a las ganas de querer salir.
Miro a mi alrededor y veo una masa creciente de personas andando, con trayectos erráticos, sin seguir corriente o dirección alguna, unos hablando en voz baja, otros escuchando música, muchos mirando al suelo...
Parecemos todos mustios, faltos de sol, seguramente por no salir en las horas centrales del día. Tiene uno el termostato corporal cambiado. Hay días que tengo frío a todas horas cuando el termómetro marca más de veinte grados en casa.
Nos hemos convertido en una masa de zombies que vamos a arrastrando los pies por el asfalto, y vamos buscando esa vida que poder comernos, con la que poder alimentarnos y así continuar subsistiendo, eso que de un tiempo a esta parte llaman algunos nueva normalidad.
Mientras eso ocurre, todas las tardes, a eso de las ocho, me uniré a la masa, confiando en que un lunes cualquiera, las restricciones sean solo las de la distancia de seguridad, esos dos metros que van a marcarnos mentalmente en el futuro. Y seguiré degustando el aire de la calle, ahora que corre menos contaminado, como si fuera una auténtica delicatessen.
Me pregunto cuanto tardaré en olvidarme del mucho valor que estas pequeñas cosas tienen ahora que soy un zombie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario