Recuerdo hace unos años, los primeros anuncios que las compañías de telefonía móvil ofertando los que habrían de convertirse en los primeros terminales que ofrecían la función de video llamada. Toda una novedad que tenía visos de exotismo, de necesidad creada y no realmente imprescindible, otra función más que consumir pese a no necesitarla.
Aquellos primeros anuncios de televisión donde dos salían hablando en pijama, ofreciendo sólo la cara en sus conferencias, con tintes que parecían en su momento casi futuristas, se han convertido con el paso de los años en una actividad, tan cotidiana que casi nadie ya le da importancia o valor.
Es el precio del progreso, dicen, el de olvidar rapidamente el camino que nos ha llevado hasta aquí. Esa memoria de pez que con tanta frecuencia aplicamos a tantas cosas.
Como consecuencia del confinamiento son varias las llamadas que durante el día hago o recibo por este método, siempre de trabajo. Y al igual que el anuncio de los dos comunicantes en pijama, me fijo en las conferencias a las que asisto, en el despliegue de medios que ofrece cada participante. Siendo tan solo la cara y los hombros lo que ofrecemos en lo referente a la imagen propia a nuestros interlocutores, me llama poderósamente la atención el escenario o fondo de retransmisión que ofrece cada cual en sus comunicaciones.
Supongo que es cuestión de imagen. Otros muestran tras de sí un aparador lleno de fotos de familia, como si quisieran dar la imagen de familiaridad y confianza; muestran una imagen casi entrañable que invita a la calidez en un momentos como éstos, en que muchos han hecho frente al confinamiento en soledad. Es la imagen habitual que ofrecen mis jefes en sus alocuciones grabadas y divulgadas masivamente. No es un mensaje de navideño real, pero casi.
Un
mueble estantería lleno de libros es mi carta de presentación, mientras
que otros ofrecen la típica pared blanca sin nada detrás, como si
quisieran focalizar la charla sólo en los contenidos y no en el fondo,
para evitar así interferencias y distracciones. Un recurso a la intimidad, de quien a fin de cuentas, siente que está mostrando su casa a gente con la que no tiene confianza.
Hablamos de trabajo, pero a través de la imagen también mandamos información, de un modo que empezó siendo residual y que ahora es parte esencial de nuestras conversaciones, y por extensión, de nuestras vidas.
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