domingo, 15 de junio de 2025

Tiempo

 Las doce y media, anda que no quedan horas por delante.

 Dice mi padre, mientras adereza con un poco de vino tinto el guiso de carne que ha puesto al fuego. Clásico plato de domingo, plato de familia que convierte en excepcional la ingesta del último día de la semana, a modo de premio, antes de dar la vuelta al calcetín y comenzar la nueva semana.

 El sabor de los pequeños detalles, que la vida corriente han mandado a alacena de los recuerdos. Un martes nunca era igual a un domingo.

Las doce y treinta y siete minutos. El reloj sigue su curso. Lo que es lento para mi padre es veloz para mi. Las horas pasan alocadas y los días, camino de cubrir el tercero, de una estancia que se presumía corta, pero que vuela a ojos vista.

 Siempre me ha fascinado la diferente manera que tenemos las personas de percibir las cosas. Especialmente en lo relativo al tiempo. Sus ojos de jubilado ven el transcurso de las horas de un modo tan distinto que parece que no estuvieramos hablando de la misma cosa. Tiempo de persona con los deberes hechos, que afronta sus años de merecido descanso después de pasarse casi cincuenta años trabajando como una mula. Desde esa perspectiva los días se muestran parejos, los horarios se anulan y el devenir de los segundos en el reloj es tan monótono como las tardes de canícula soporíferas y sofocantes. 

 La relatividad de las cosas y la diferencia según el prisma con que se miran. La vida es un barco que está en marcha, en el que todo vamos subidos, pero en el que la velocidad con la que se mueve se percibe de un modo diferente. Ley de vida. 

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