Al igual que la mayoría de los niños a mi edad, yo quería ser astronauta.
Las ganas de tener aventuras, de sentirme importante y de destacar sobre los demás, se proyectaban sobre la imagen de un traje espacial y en el asiento de una nave llena de lunes y botones.
3, 2,1... ¡Ignición!
Sueños de infancia que pronto quedaron en formato rescoldo y se apartaron de la realidad, conduciéndome por senderos muy distintos; como si la aproximación a la edad adulta fuera cincelando los sueños, dándoles un formato diferente.
Otras expectativas, otras ilusiones, otro afán de consecución.
Así es la realidad que pocas veces se parece a la ensoñación. Pocas trayectorias de vida he conocido lineales, de personas que hayan ejercido de mayores lo que sus sueños de infancia transmitían.
Es lo que llamo vidas vocacionales. Igual que hay gente que coge unos hábitos y entrega su vida a la oración, otros se encomiendan a su profesión y a su ejercicio.
Los caminos de la realización son insondables al igual que unos sueños, que pueden llevar a surcar el espacio sin dejar de tener los pies en el suelo. Nada como seguir siendo astronauta en la vida corriente, nunca hay que dejar de ser niño y seguir soñando, con ideas que den ganas de hacer cosas. Motivarse, ilusionarse, volver a ponerse en marcha. Quien se reinventa está siempre vivo.
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