Ayer fue día de emociones fuertes. Para un país como este al que tanto mueve el deporte, habitualmente mezclado con connotaciones políticas, el domingo 8 de junio prometía grandes alegrías.
Volver a ver a un español ganando al tenis en París.
Celebrar otro triunfo de la selección de fútbol en Alemania, aunque sea en un torneo menor.
Al final fue una de cal y otra de arena. Cuando parecía perdido del todo, Alcaraz se sacó de una chistera una remontada imposible, terminando por doblegar al todopoderoso Sinner en Roland Garros.
En cambio, el que todos daban por ganado, terminó con una derrota ante la siempre meritoria Portugal, en la tanda de penalties. Plagada de jugadores brillantes, que siempre permanencen a la sombra del interminable Cristiano Ronaldo.
Hasta aquí todo normal si no fuera porque los periodistas de este país, especialmente los radiofónicos, parecen haber olvidado su labor de comunicadores antes que forofos apasionados. Intolerables los comentarios que se dedicaban al tenista italiano ( llamado peyorativamente zanahorio), jaleando indecorosamente a grito pelado cada golpe que fallaba, o mofándose de los rivales portugueses, a los que han menospreciado como inferiores, dando por sentado que iban a marcarles siete goles.
Esta especie de periodismo de nuevo cuño que se ha instaurado en radios y televisiones, que reproduce en directo conversaciones propias de bar, tiene ahora un predicamento notorio. Una pena. No deberían olvidar quienes se dedican al oficio comunicador que su deber es, además de ser rigurosos con lo que observan y narran, respetuosos con los deportistas y pulcros con el fondo y especialmente con las formas. Solo así el periodista se convierte en un referente a quien imitar por su cuidado de la palabra y el mensaje y no en un garrulo tabernario que menoscaba y desprecia un oficio tan básico como necesario.
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