Hace años en un seminario en la universidad, uno de los profesores del ciclo de cursos de doctorado lanzó la pregunta: ¿ A qué dais prioridad, a la libertad o a la igualdad? Como no podía ser de otro modo, se desató la caja de los truenos.
Clichés ideológicos; en función de donde se cojee, se escogerá una u otra respuesta. Como su nombre indica, un liberal preferirá la libertad; para alguien de valores progresistas, nada podría ser más importante que la aspiración a ser iguales.
Cuantó y cómo somos de libres e iguales daría para rellenar una enciclopedia. Por más que queramos pensar lo contrario, vivimos en un mundo de ataduras cada vez más complejo, tanto, que limitan al máximo nuestras vidas, aunque no nos demos cuenta.
Cuando llegó mi turno de respuesta, mientras sentía la mirada atenta de mis compañeros de congregación, solté la perla: Sólo sentiré que soy igual a los demás si se me permite mostrarme y ser como soy; sólo siendo libre puedo aspirar a ser uno más, como los demás. Sin libertad, no entiendo posibilidad alguna de iguadad.
Como no podría ser de otro modo, atisbé caras de reprobación y decepción por un lado, al tiempo que otras expresaban sorpresa. Resulta que era un liberal encubierto que se lo tenía muy callado.
No hay nada mejor que ir de frente, mostrando tus credenciales, esecialmente en cuestiones de pensamiento. Puede que aquel día cambiara para algunos la concepción que tenían sobre mí, pero yo salí de aquella aula satisfecho. En cierto modo salí del armario de los complejos ideológicos, de donde no me he movido hasta la fecha.
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