Desayuno con mantel y en un reservado, con puertas correderas que se abren cuando entramos y se cierran a nuestra espalda una vez que hemos ocupado nuestro lugar en la mesa. Como si fuesemos gente importante.
Risas con la camarera, amenazas si manchamos el blanco mate pero impecable de la tela sobre la mesa. Para paliar posibles accidentes, reparte entre los comensales un mantel de tela desechable. Todo ello por quince euros, tres por comensal, lo que vale un café y unas tostadas. No todo son parabienes. Los precios distan mucho de ser populares. Tres euros si van a alguna parte.
Desde que hemos salido de la pandemia para volver a la normalidad, (o casi), de antes, algunas cosas han cambiado; hasta en los sitios más estirados y de alto copete eres bien recibido, todo son amabilidades, nadie perdona un céntimo pudiendo embolsarlo.
Cambios para mejor; a ver cuánto duran, como diría el otro.
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