Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




miércoles, 15 de junio de 2022

133 + A

 Dicen que somos muchas cosas, lo que comemos, lo que leemos y también lo que recordamos. Ayer tarde, paseando por Madrid con mi bicicleta, me vino a la cabeza, sin razón aparente alguna, la primera vez que me monté en un autobus urbano en esta ciudad.

 A fuerza tocaba, siendo como era residente del muy periférico y por otra parte exclusivo, Barrio de Mirasierra, aunque fuera de manera circunstancial. Tras haber obtenido plaza en una residencia de estudiantes, que aunque dependía de un colegio mayor, tenía su sede en un suntuoso chalet, cuyo dueño, un informático forrado, había puesto la finca en alquiler sin preguntar para qué uso. Mis desplazamientos se vieron abocados para casi cualquier cosa, a encontrar un medio de locomoción colectivo que me acercara al centro o a mi facultad.

 Tenía la parada un poco más allá del centro comercial, en la Calle Nuria, donde desde bien temprano, nos aprestábamos estudiantes y currelas a hacer cola, hiciera frío o calor, pertrechados con nuestro abono mensual de color rojo y la carpeta para tomar los apuntes de rigor. 

 El bus en cuestion era el ciento treinta y tres, que hacía la ruta desde Mirasierra hasta la Plaza del Callao, aunque yo me quedaba mucho antes, a las puertas de Madrid, por la carretera de La Coruña, apeándome poco despúes de pasar junto al Arco del Triunfo, ante la imponente sede del Ejército del Aire en la Calle Princesa.

Mañanas semi dormido en mitad de un vehículo hacinado hasta extremos insospechados, que hacía infinidad de paradas desde la salida y por la avenida del Cardenal Herrera Oria, antes de enfilar al centro de la ciudad por la autopista, colapsada día sí y día también, en parte motivado por las obras de construcción del Intercambiador de Moncloa. Paradas conflictivas, con discusiones por subirse al coche antes que los demás, esgrimiendo tener urgencia por llegar al trabajo. Poco tardó mi cabeza en olvidarse del sosiego de mi isla, ante tanta prisa y tanta agresividad.

 Hoy que cojo pocos autobuses, que priorizo desplazarme de forma saludable para mi cuerpo, que dispongo de la baza que supone el vehículo particular, miro con aires de nostalgia aquellos días en que no tenía nada, salvo una paciencia inmensa para trasladarme como en una lata de sardinas, a donde hiciese falta, por muy lejos que estuviera. Así la combinación 133 + A ( autobús que se cogía en el Parque del Oeste para alcanzar el Campus de Somosaguas), presidió mis primeros pasos por una ciudad que me cautivó desde antes de poner los pies en ella, mucho antes de que me diera cuenta.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario