Intensidad, días de trasiego inesperado. De vida social a media marcha, con el pie cambiado porque no hay necesidad de frenos, pues no hay motivos para acelerarse.
Gestiones pintorescas, cenas imprevistas, baños de masas futboleras. Miro el sofá del salón y siento su sensación de abandono. Dónde quedarán esos comienzos de semana de estar en casa, de paseos tranquilos a media tarde, sin más previsión que pensar qué preparar para la cena.
Camaleónicos hábitos, de adaptarse al medio y a las circunstancias, Vendrán tiempos más reposados, mucho menos dados a calzar la zapatilla allende el portal de Encomienda de Palacios.
Vida intensa, qué mejor modo de sentirse vivo, de estar en circulación. Que se mueran los feos, decía la canción. Sólo lo hacen los que vegetan por costumbre, por iniciativa propia. Hasta para no hacer nada, hay que querer, hasta para hacer mucho, no hay ni que pensar. Paradojas de mera contradicción, que mueven los hilos de cada cual. Hilos que no son siempre volición propia. Marionetas de pura inercia que ni saben de donde vienen sus guiñoles de teatrillo, casi siempre poco infantil, muy poco y sin moraleja.
Como la vida misma.
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