Dicen quienes tienen la infinita paciencia de leer mis experimentos escritos, que manifiesto una acusada querencia por convertir mis textos en pequeñas crónicas costumbristas, dado mi interés en mencionar a personajes corrientes de la calle, lugares corrientes del día a día y en hacerme eco de costumbres y tradiciones más bien populares.
Quizá ese gusto por escribir sobre estos temas, surja del deleite que me produce leer historias como esta pequeña comedia armada por Palacio Valdés, ( Alianza de bolsillo), que recoge los desvaríos amorosos de un médico de provincias, amante de las letras y los versos, que termina prendado por azar, de una monja poco dada a los hábitos, con quien se cruza casualmente en una parada y fonda en medio de un viaje.
Historia sencilla, carente de pretensiones profundas, cargada de estampas regionales, escenas corrientes de calle y taberna, que sirven de arropo al flirteo y conquista del enamorado protagonista. Historia cargada de tintes regionales que tienen su mayor alcance en la procedencia de los dos personajes principales: un gallego de pro y una sevillana de pura cepa.
La hermana San Sulpicio es así una exaltación de la variedad de caracteres que componen el crisol de personalidades que se aunan en la condición de ser español. Es una fotografía cambiante y graciosa trazada sobre un mapa de la piel de toro; un plantel, en fin, que podía y tenía que acabar en forma de producción cinematográfica, de cuya tutela se encargó en la producción, Benito Perojo, con los actores Carmen Sevilla y Jorge Mistral, en una segunda edición que actualiza la vetusta versión protagonizada años antes por Imperio Argentina.
Como una sesión de sábado de Cine de Barrio, pero leída. Para cogerse la palomitas y empezar su lectura con la fresca de cualquier noche de este verano, que ya despunta.
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