Hoy es esto un relato a seis manos, Dos, las mías, aporrean las teclas del ordenador y escriben; otras dos, espátula en mano, repasan los desconchones del techo de mi dormitorio, después de una nueva gotera, y unas terceras se afanan en colocar plásticos por el suelo, rellenar serones de agua para hacer la mezcla de yeso, y supervisar desde abajo la labor del compañero, alzado sobre unas escaleras de madera, tan viejas como mi casa.
- Pero si nosotros ya hemos estado aqui, me dice uno de los amables albañiles,
- Si, hará como cosa de unos seis meses, así que no descartes que vuelvas antes de que llegue el otoño, le replico yo.
Inevitables risas, que relajan el ambiente; el que se afana en el raspado del techo, incluso me comenta dónde estaba la gotera de la otra vez. Les dejo a sus cosas, desplazándome yo a mi despacho desde donde retransmito en tiempo real las labores de reparación.
Puntuales como un clavo, después de que me llamasen a eso de las nueve de la mañana, y de que me lo anticipase el día antes mi rubia vecina de arriba, Almudena, hija de la inefable Mari Cruz, con la que las goteras tenian peor solución, porque a todo esto, ésta es la quinta gotera que sufre el techo de mi dormitorio en los casi catorce años de residencia en esta casa.
Suena el telélono, Lo atiende el que está abajo y pone el manos libres, una voz de mujer, seguramente la suya, le apremia para que haga unas diligencias, que tienen de por medio a un perro, sube la tensión en la voz de los dos, Ya te dije que no se puede hacer nada, comenta el obrero, poco antes de colgar. Un silencio incómodo se extiende por toda la casa ahora, sólo interrumpido por el ruido de la espátula.
La cosa avanza rápido. En breves empezaran con el enyesado. Veremos cuánto dura; en unos días la segunda fase de restauración, la del repintado. Devolvemos la conexión a los estudios centrales. Buenas y tardes y buena suerte.
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