Podría estar al amparo de los fogones de alguno de sus restaurantes, ejerciendo de filántropo y humanitario a resguardo de las comodidades que da el vivir en un mundo rico y en paz.
Y en cambio está al pie del cañón, con su chaleco antibalas, supervisando la labor de preparación y reparto de comida entre los muchos damnificados que no han cruzado frontera alguna en Ucrania.
Hasta trescientas mil raciones diarias. Todo un logro en una situación difícil y desgraciadamente muy peligrosa.
Para sentirse orgulloso, para mostrarle nuestro reconocimiento. No faltarán los enrevesados que se pregunten de dónde saca el dinero para conseguir los abastecimientos, o quien andará detrás de esa labor. Tampoco faltará quien vea una operación de marketing y publicidad, aprovechando la situación de necesidad de tanta gente inocente.
Las criticas son libres, y las envidias con o sin inquina, también. Seguramente somos mayoría los que aplaudimos el trabajo de este cocinero, punta de lanza de un oficio, que hace mucho tiempo que se cansó de trastear en un segundo plano. Chapeau!
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