Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




miércoles, 30 de marzo de 2022

Canapés

 Son cada ves más las noticias que hacen referencia a cuestiones dietéticas. La necesidad de preservar la salud y el culto al cuerpo hacen que la información sobre ingesta de calorías esté a la orden del día.

  Dicen que consumir alcohol, implica meterle al cuerpo un buen puñado de calorías vacías, cosa del hígado, que transforma el alcohol y el azúcar en grasa.  Si a eso le sumas la hambruna que habitualmente acompaña a la terminación del copeteo, las mismas pueden implicar irse a la cama con algún, (o algunos quilos más bien),  de más.

 Y yo que siempre he sido más de salado que de dulce, después de una noche de farra y cubatas, ponía el radar presto a encontrar algún sitio donde pillar un bocata. A falta de algún Seven & Eleven, buenos eran los puestos ambulantes que por las esquinas burlaban la intermitente vigilancia de los municipales.

 Recuerdo una noche saliendo con los compañeros de facultad. Por detrás del edificio de Telefónica en Gran Vía, Puede que vinieramos de vuelta del Yasta, en la Calle Valverde. Haciendo eses, y montando el numerito clásico de gritos y risas de borracho, encontramos encima del techo de un coche un tesoro imprevisto.

 Una bandeja de canapés, cuidadosamente elaborada, con bandeja doble de carton y papel, típica de convite informal, allí puesta al alcance de nuestra vista, como si nos hubieran visto venir y supieran que traíamos un hambre canino,

 Se acabaron las risas y los gritos. Un silencio cómplice y furtivo se adueñó de los tres, que mirábamos con ojos delincuentes a un lado y a otro, prestos a cometer una fechoría, la de llevarnos aquella bandeja, sin preguntar de quién podría ser,

 ¿Quién iba a estar esperándola a esas horas de la mañana?  Como no podía ser de otro modo, la única chica del grupo, fue la que se atrevió a coger la bandeja. Seguimos andando mirando a todas partes, Ninguna puerta abierta, ninguna luz desde balcones o ventanas, Nadie podía haberse olvidado algo así en un sitio como aquel.

 Luego llegó la segunda prueba, la de ejercer de probador del rey. No hubo necesidad de elegir voluntarios; ya estaba yo acercando mi mano a un canapé de queso y jamón york, cuando otras manos se aproximaron a la mia, al unísono. Ni risas, ni conversación. Silencio de comensales, a paso ligero camino de metro Callao. Vaya fin de fiesta.

 ¿Temeridad? Quien sabe lo que podrían haber llevado esos pequeños bocados, de los que dimos buena cuenta sin apenas pestañear. No sería la primera vez que alguien se deja encima del techo de un coche algo, una cartera, un vaso con café, cualquier cosa mientras mete la llave en la cerradura y arranca. Quizá sobraron de un convite, y algún camarero los puso allí adrede, sabedor de que algún borracho daría buena cuenta de ellos.

 Hoy, que cuando tocas un pomo de una puerta, te acuerdas del hidrogel para desinfectarte las manos, resulta impensable pretender zamparse semejantes viandas al azar. Aunque la juventud es osada, y el hambre en determinadas circunstancias, todavia lo es más.  

 

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