Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




miércoles, 23 de marzo de 2022

La cartera

 Lecturas evocadoras; libro de Landero con historias de colegiales con ridículo infantil a costa de otros niños, crueles como nadie lo puede llegar a ser. Espita que deja escapar el gas de los recuerdos.

 Tendría siete años, estando escolarizado en segundo de Educación General Básica,( E.G.B.), cuando unas manchitas rojas una mañana comenzaron a poblar mi cara. Alertada mi madre, rápidamente comenzo a explorar mi cuerpo, encontrando idénticas manchas en pecho y espalda. Diagnóstico confirmado: el sarampión había hecho acto de presencia.

 Fiesta, días de cama y tele, de juegos y no hacer nada. Enviado mensaje al colegio, cerca de dos semanas transcurrieron felices, postergado en una cama, donde a ratos la fiebre, me dejaba noqueado, dándome el resto del tiempo el pretexto perfecto para trastear en casa sin ir a las clases. Felicidad completa.

 Lo bueno siempre se hace breve. Y la recuperación llegó. Y el momento de volver  a levantarse, de madrugar e ir a la escuela, tambien apareció. Aunque la vuelta fue ligera, ya que la cartera cono mis libros, cuadernos y estuches, se quedó en mi aula, desamparada y al alcance de mis voraces compañeros.

 Y tan ligera como fue la ida, fue la vuelta. Nadie, ni el profesor, ni el personal de limpieza, ni por supuesto ninguno de mis compañeros, dio cuenta de aquella cartera, abandonada en las vísperas de mi convalecencia. Fruto de un olvido, y por ausencia forzada, aquella cartera verde fue objeto de rapiña, dejando huérfanos a mis libros de texto. Aún recuerdo la impresión que me dio aquel estuche estampado vacío al que le faltaban todos los lápices de colores y rotuladores. Mi llanto desconsolado sólo afligió a mi profesor, acompañado del silencio cómplice y delator de mis compañeros, de cuyo hurto nadie se hizo responsable. 

 Como en el libro de Landero, aquel año fue un año de rencores acumulados y latentes, que permanecieron en mi cabeza hasta que recibimos las calificaciones finales al comienzo de la canícula. Rencores que se disipan con los años de infancia y adolescencia, ricos e intensos en experiencias vitales, pero que permanecen latentes en la memoria, tan sólo pendientes de que salte la chispa de cualquier manera, ya sea con una situación, comentario en una conversación,  o una simple lectura cómplice.  La vida misma, en esencia. Entera.

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