Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 13 de febrero de 2017

Publicar en internet

 Recientemente volví a ver el relato televisivo El Cuervo, parte de las Historias para no dormir con las que Chicho Ibáñez Serrador deleitaba a la fiel y obligada audiencia de Televisión Española a finales de los años sesenta y principios de los setenta, los viernes por la noche. En el una vez más Rafael Navarro encarnaba la figura del atormentado Alan Poe, cuyas miserias en vida no fueron obstáculo para que alcanzase la gloria como padre del relato o cuento moderno, privilegio que comparte con otro grande de la creación literaria como es Chejov. Miserias fruto de un ego creador que le llevó a granjearse enemigos y a perder todas las oportunidades de alcanzar prestigio y dinero que le fueron así negadas en vida. La publicación por entregas de algunos de sus relatos, así como la venta de los mismos por suscripción era uno de los sistemas que durante años el escritor o aspirante a ello tenía a mano para poder hacerse valer y hacerse leer, que es a fin de cuentas de lo que se trata cuando de escritores y escritos hablamos. 

 Como si de un ejercicio propio de una ucronía se tratase, podríamos intentar especular  ¿ Hasta dónde hubiera llegado un talento como el de Poe si hubiera tenido a mano una herramienta como la de internet?


 La respuesta parece aparentemente fácil. A mayor facilidad, mayores posibilidades de alcanzar el éxito, más si cabe si es merecido a tenor del indudable talento de quien venimos mencionando en estas lineas. Pero esa facilidad que ahora se tiene para poder publicar algo, ¿ Puede llegar a convertirse en un obstáculo?

 Es un hecho incuestionable que la llegada de internet ha propiciado un boom que en nada se podría asemejar al que ha dado tanto gloria a las letras hispanas a través de sus autores latino-americanos. Siempre fue fácil ponerse a escribir, pero nunca fue tan fácil publicar y con ello, llegar a tanta gente, al menos aparentemente. Esa facilidad más allá de los caminos que abren redes sociales, o blogs personales que abundan sobre cualquier tema que se pretenda o sugiera, casi se han convertido en algo obligatorio; tener una página propia y personal donde volcar inquietudes, aficiones, gustos, sentimientos, o dar rienda suelta a la capacidad creativa de cada cual es ya un hecho corriente, que por momentos parece que podría llegar a reducir la labor de terapeutas y psicoanalistas en su tarea de ayudar a la gente a resolver sus problemas. Bromas aparte, escribir es reparador, alivia tensiones, y permite abrir caminos que ayudan a aligerar problemas, cargas y temores. La posibilidad de poder poner todo eso por escrito y de conmpartirlo es una virtud que debemos exclusivamente a internet. Las dudas en cambio llegan cuando, de esa necesidad se intenta hacer virtud. 

 Como era de esperar no todo el mundo tiene talento, ni destaca a la hora de crear. Pero todos creamos y todos publicamos y compartimos. ¿Quién pone los filtros? Cuenta Pura Arias en su artículo del número cero de la Revista digital  Coencuentros,  ( http://coencuentros.es/un-libro-entre-un-millon/) su experiencia de publicación digital de un libro propio, cuya sencillez  a la hora de colgarlo y economía a la de financiarlo, son una invitación para que otros muchos sigan el mismo camino, pero, ¿ Cuántos libros se descargan por internet? Apenas un uno por ciento, con edición exclusiva on line. Ni los precios en algunos casos irrisorios, apenas un puñado de céntimos, que alcanzan estas ediciones espontáneas son reclamo para comprar por esta vía lecturas. ¿Por qué sucede eso?

Arias es clara en ese sentido, considerando que el libro electrónico está convirtiendose en un submundo, en nada comparable a otros submundos en papel, que de hecho han existido siempre, pero que ahora se han multiplicado, restando opciones a la posibilidad de ganarse la vida con la literatura en medio de un mar de mediocridad tan evidente como excesivo por su abundancia.

 La desaparición aquí de la figura del editor profesional, filtro necesario para separar el grano de la paja con las convenientes correcciones, resta credibilidad a gran parte de la producción que como si fuese a granel, prima antes la cantidad a la calidad. En medio de tantos títulos diariamente colgados en los soportes electrónicos, la posibilidad de escoger un título frente a otro termina por diluirse en razones personales, entre las que destaca "conozco al escritor", frente a otras que pudieran ser más objetivas. Y así ante tanta morralla pueden verse abocados a naufragar talentos que tampoco verán la luz pese a las facilidades actuales. Encontrar un equilibrio entre una cosa y otra parece sensato a la vez que difícil de conseguir en un contexto, donde prevalecen el desarrollo personal y el autobombo antes que la honestidad y el someterse a una crítica constructiva siempre necesaria antes de plantearse publicar a cualquier precio.

 Filtros y más filtros. Necesarios. aunque a veces sean muy injustos, En este contexto de libre expresión  en que nos encontramos frente a la red un pequeño ejercicio de sinceridad ante uno mismo puede ser suficiente para no saturar una oferta literaria que es sinónimo de libertad pero no necesariamente de riqueza cultural o de mérito.


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