Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 5 de junio de 2023

Moscas

 Retozo con gusto en el sofá, disfrutando la nueva condición de silencio total en la casa, momento que aprovecho para enfrascarme en la lectura. Han pasado seis meses ya desde la mudanza y sigue maravillándome no oir ruidos por ningún flanco. A veces miro hacia el techo, como si quisiera volver a localizarlos. Catorce años de martilleo, de movimientos de muebles, de carreras de críos y perros, de gritos cuando el Madrid marcaba un gol, de muelles de somier chirriando los sábados a las seis de la mañana, momento en que mis vecinos presumiblemente estaban follando, dejan taras, es inequívoco. Unas veces pienso que me he ganado el cielo, otras que cómo he podido menospreciarme tanto viviendo así.

 Hoy las molestias son otras, tienen forma de insecto, de mosca cojonera, para ser exactos, que insiste en posarse sobre mi piel una y otra vez, con ese cosquilleo que sus minúsculas patas y lengua succionadora, dejan. Hago el ademán de sacudirle con un trapo, visto que no pilla la indirecta de salir, después de dejarle la puerta de la terraza abierta, pero me contengo, en el fondo no me molesta y quiero que me acompañe.

 Una sola mosca, en toda la casa. La primera que veo en años, dando la tabarra por mis dominios, sí, sin exagerar. Dónde quedarán esos veranos de bichos, con cucharas por las calles, filas de hormigas por doquier, y moscas y mosquitos revoloteando mañana, tarde y noche. Hasta eso ha cambiado. Recuerdo de niño contarlas por centenares, revoloteando en el zaguán de la casa, jugando a cazarlas por cualquier medio; eran especialmente valiosas las verdes, las moscas de la mierda que nuestros padres nos conminaban a no acercarnos y que nosotros perseguíamos atraídos por el color verde brillante de su exoesqueleto.

 De perseguidas a toleradas, hasta bienvenidas diría yo. De hecho mientras escribo éstas líneas aquí la tengo a mi lado, apoyada esta vez sobre el hule de mesa, quizá atraída por algún resto de comida. Es sin duda, la misma. Por más que abra la puerta de la terraza, ni entra ninguna nueva, ni se va ésta; dicen que pueden vivir hasta veinticinco días; me hará feliz si me acompaña hasta entonces.

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