Nada como cerrar el chiringuito por las tardes, como si fuera el último de Filipinas, acompañado de un bosque de sillas vacías, con menos uso del que que debieran por cuenta del teletrabajo pactado.
No sabría expresar por qué, pero el disfrute parece mayor, cuando se te cae el bolígrafo y bajas la pantalla del portátil, antes de hacer mutis camino de las escaleras. Hasta el aire fresco de la calle parece más agradable y limpio cuando te da en la cara.
Dura poco pero qué momento, el mejor del día. Acaba la obligación y empieza la devoción, llueva o truene. Esos pequeños momentos.
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