Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




viernes, 2 de junio de 2023

Chapero

 Quedó con ella en un restaurante japonés de Castellana, de ambiente insincero, con apariencia de sencillo y sin ínfulas, que en realidad denotaba altos vuelos. Esa manía de aparentar lo que no se es, en una dirección u otra.

 Sintió que desentonaba en ese sitio altivo de alto copete, con sus vaqueros ajustados y su chamarra vaquera negra.  Cuando la vio llegar a bordo de su enorme coche de empresa, antes siquiera de saludarla, fue en busca del aparcacoches; ya entonces sitió que le miró raro.

 Hecho el acto protocolario  de bajarse y entregar las llaves al empleado del local, la vio por fin de cuerpo entero, vestida con un elegante traje oscuro de pantalón y chaqueta, elevada sobre un andamio de zapatos de tacón; tan sólo contrastada con el color claro del bolso, un Jimmy Choo estampado con el nombre en una esquina con letras doradas. Discretísmo.

 Decidió no obsesionarse con las miradas, sabedor de que la diferencia de indumentaria y de edad, podrían llevar a equívocos. Ajeno, con ganas de cenar, se centró en la cita, algo que llevaban los dos esperando algún tiempo. Aunque ya se conocían, desde que  les presentó un amigo común, no habían podido concretar una fecha, por culpa de la apretada agenda de trabajo de ella. Las largas charlas de whatsapp nocturnas, por fin daban paso a un cara cara.

 Cerveza, vino blanco, sashimi surtido y mochi con bizcocho de té para aderezar una velada, donde poner las bases de una relación, con música de padel y playa de fondo, como planes a futuro; con más confianza, con tiempo.

 Cuando llegó la hora de pedir la cuenta, insistió ella en abonar la dolorosa; para rematar, pensó cuando acercó el camarero con el datáfono. No conforme, se ofreció a llevarle a casa. 

 Lo peor llegó a la salida, cuando elegante pidió al aparcachoches las llaves de su flamante Toyota, a lo cual accedió después de recibir un billete de propina de cuantía que no pudo ver. La mirada con sorna que le dirigía éste detrás del cristal, le hizo violentarse de tal manera, que a punto estuvo de decirle: no, no soy un puto.

 


 

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