Puede que tengan un año, quizá un poco más de tiempo. Las compré en un outlet de una conocida marca deportiva, por un precio casi ridículo. Aunque son zapatillas de corredor, runner como se dice ahora, me vienen acompañando en distintas actividades, fundamentalmente cuando camino.
Estos días han tenido buen trote, han completado dos rutas de senderismo: una de casi diecinueve kilómetros por el norte de Madrid y otra de catorce, en la zona sur, conocida por ser cruce de caminos, zona de paso del Camino de Santiago en la comunidad y del Camino Uclés, además de lugar histórico que con frecuencia se visita para ver alguno de los bunkers y casamatas que aún quedan por esa zona de la Guerra Civil, en otro fin de semana de entrenos para preparar la nueva ruta de peregrino, que comenzaremos el día de San isidro.
Hoy al verlas en el armario, me he dado cuenta del desgaste que ya llevan, de lo lejos que están del azul oscuro que traían cuando las saqué de la caja y me las puse por primera vez. El marrón de polvo y tierra se va apoderando del tejido que rodea al emblema de la marca, cada vez menos blanco y más apagado.
Son tan livianas que me acompañarán en el camino; irán al fondo de la mochila, serán mi calzado de las tardes, después del reposo, para visitar sitios de los pueblos donde paremos y para buscar lugares donde degustar especialidades culinarias de la zona. Seguirán pisando y andando, haciendo kilómetros, visitando sitios nuevos. Son zapatillas de correr, peregrinas.
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