Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 22 de noviembre de 2021

Uno de los nuestros

Tarde de domingo, oportunidad de tener un rato de ocio y compañía y qué mejor modo de organizar un encuentro, que ir a algún bar. 

 Salvo que el recinto carezca de televisión, en casi todos los locales, el panorama es el mismo. Silencio en las mesas y ruido de fondo desde la pantalla, que muestra un tapete verde sobre el que rueda un esférico. Cuellos inclinados hacia atrás y mirada hacia arriba, allí donde suele estar instalado el aparato receptor;  murmullos de cuando en cuando, hasta que alguna incidencia ocurre y llegan los gritos, de alegría o frustación. 

 En las mesas hay grupos de todo tipo, predominando el género masculino a pesar de todo. No es infrecuente ver alguna mesa con un único inquilino, aunque cuando se trata de ver un partido de futbol, nadie está sólo.

 Me encanta la camaradería y complicidad que se crea en esa hora y media larga que dura un encuentro. Basta con compartir colores para que la conexión sea completa. Y se alimenta la virtud de estar a dos cosas a la vez: mirando la pantalla y hablando con el que tienes al lado, al que ni te molestas en mirar.  Si es un partido de liga, se gritará el clásico ¡Gol!, acompañado de una salva de aplausos que será más o menos intensa si el partido va franco o está comprometido en el resultado. La muestra de alegría llega al brinco con pirueta desde la silla, o abrazar con pasión al de al lado, si es un partido señalado. No hay Covid que contenga la muestra de alegría tan espontánea como sincera.

 Y se acaba el evento. Algunos comentarios por añadidura antes de pagar y abandonar el recinto. La parroquia vuelve a su redil y nos quedamos los que habíamos hecho acto de presencia para hablar, tomar una cerveza y oir música. Pasarán algunos minutos más hasta que la atmósfera del balompié se disipe del todo, al ritmo de choque de vasos y ruido de sillas que vuelven a su sitio después de que el camarero recoja los restos del otro partido, ese que se juega cada tarde en cada bar, y del que acabas formando parte tú, aún sin ir a verlo.

 


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