Lenta, como los ríos de materia incandescente que bajan a metros por hora por las laderas del Cumbre vieja, devorando todo a su paso y con la incertidumbre de no saber si la corriente de fuego terminará por desembocar en el mar.
Así como una erupción volcánica, así se muestra el conflicto catalán, que se lleva todo por delante, dejando en un segundo plano todo lo demás, desde sus inicios hace ya... ¿Diez años?, puff.
Pereza, mucha. Ante un nuevo episodio de detención, el tercero, a cuentas de una Euroorden que se obstina en activar el juez Llarena, sin obtener los resultados apetecibles. Esta película ya la hemos visto y sabemos cómo va a terminar.
Y siguen pasando los meses. Pereza de conflicto, de protagonistas, de un sainete eterno, de infinidad de actos. Cuitas que nunca debieran haber trascendido allende Los Pirineos.
Y casi mejor que sea así. Una extradición desde Cerdeña de Puigdemont, provocaría un terremoto político que acabaría con la distensión en Cataluña y con el gobierno en Madrid. No parece el mejor escenario en pleno proceso de recuperación económica, tras pasar lo peor de la pandemia. Hasta esto de los cuartos y el sustento pasan a un segundo plano, cuando se encienden los sentimientos patrios y taifas.
Pero los paises de charanga y pandereta estamos abocados a esto. Cuando nos tomemos a nosotros mismos más enserio, quizá, algún día, todo esto cambie.
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