Todo lo que queda abandonado en las vías públicas pasa a ser propiedad municipal. Aunque hay horarios específicos para retirar enseres, es frecuente ver los contenedores de basura y sus proximidades colmados de utensilios de todo tipo: menaje del hogar, sillas, colchones, electrodomésticos... Todo aquello que traperos y chatarreros no rapiñan con antelación, acaba en manos de los operarios del ayuntamiento.
De entre todas las cosas que se tiran, hay algunas que llaman la atención. Colecciones enteras de películas en formato VHS, libros, cuadros, algunos con imágenes de vírgenes, ropa de todas las edades... Cosas que tuvieron su vida y su importancia y que ahora, acaban abandonadas en la calle, sin que la mayoría de ellas goce de una segunda oportunidad.
Hoy volviendo a casa de mi paseo, en una fila de contenedores de basura estaba un lienzo de dimensiones grandes, junto a lo que en algún momento debió ser un caballete donde seguramente ese lienzo estaba apoyado. Sobre un fondo azul marino, se perfilaba la figura de una persona a medio acabar, a juzgar por su fisonomía, la de una mujer.
Cuántas horas de trabajo empleadas en aplicar óleos sobre ese lienzo, con la idea de crear algo, obra artística fallida, que ni siquiera quedará en el cajón de los proyectos por acabar, procrastinados una y otra vez.
Horas invertidas y no rentabilizadas. Iniciativas que empiezan y no acaban nunca; caminos iniciados con ilusión que embarracan más adelante, sin llegar nunca a ninguna parte. Quién no ha empezado alguna vez algo, que no llegó a buen puerto, nunca.
Sigo caminando y dejo el lienzo atrás. El ayuntamiento será a partir de ahora el propietario de todas esas horas perdidas, me digo, salvo que algún romántico salve el proyecto de cuadro de la planta de reciclaje.
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