Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




domingo, 1 de noviembre de 2015

Pera y detergente



Apenas son las siete de la mañana. Es domingo, pero mi insomnio casi crónico, hace que todos días sean igual de largos. No soy de hacerme la remolona, ni de dar vueltas en la cama. Me levanto y me acerco a la cocina. Paso delante de la habitación de los chicos, que siguen durmiendo. Oigo sus respiraciones acompasadas y sus caras con gesto relajado me dicen que, además de dormir, descansan. Siento envidia, pero también paz.

Sueño con entrar en la cocina y ver que las cosas vuelven a estar en su sitio. Armarios y repisas llenas, ver el frigorífico con comida suficiente; sueño con que el frutero que hace de centro de mesa, esté repleto de aquello para lo que se fabricó. Hoy una pera solitaria reposa en el fondo. Lleva ahí varios días. Es lo que queda de una remesa que nos dieron los del banco de alimentos. Seguramente insípida, como las compañeras que le precedieron, espera a que alguien se decida a darle fin. No me sorprende que no se ponga mala. Hace tanto frío en la cocina, que no hay nevera que mantenga mejor la cadena de frío. Justo detrás, encima de una repisa, un tambor de detergente medio vacío, completa el decorado. No recuerdo cuánto tiempo hace que lo compré. No ha vuelto a usarse pese a mi insistencia. Adela, mi vecina, que nos hace la colada a los tres, dos veces por semana, insiste en que lo guarde: “Es detergente, eso no se pone malo, mujer. Guárdalo que puede hacerte falta”. Qué sería de nosotros sin Adela. No es solo el detergente; recoge a los niños en su casa y les da de comer, a la salida del cole, para que a mí me dé tiempo a hacer mis cosas. Le da pena que esperen solos en casa. Le da pena que anden acurrucados por las esquinas en una casa sin calefacción. Es un ángel de la guarda; ella y su mísera pensión que comparte con nosotros.

Mientras bebo mi café solo, miro a la pera. “¿Cómo te vamos a comer si formas parte ya de la familia?” Me escucha paciente mis desvaríos, mis desvelos, las lloros que de cuando en cuando me dan y que procuro que solo ocurran cuando estoy sola. Tal vez mañana ya no esté ahí. Tal vez a Luis o a Begoña les dé por matar el aburrimiento comiendo su carne insustancial, pero mientras eso no ocurra, ahí se quedará. Tanto ella como detergente son mi compañía, todas esas mañanas que espero a que el teléfono suene, tal vez para recibir una oferta de empleo. A veces lo paso bien cambiándolos de sitio. “Aunque tú, querida pera, siempre quedes, como una reina, en el frutero, que para lo que tú necesitas de espacio es como un palacio. Tu compañero detergente trepa de una estantería a otra, de la solana al armarito encima de la nevera, de ahí a debajo del fregadero…. Se ve que tiene un espíritu más intrépido que el tuyo. Quizá fuera un mono en vez de un producto de limpieza en otra vida. Quién sabe”…

 Dan las ocho en el carillón del salón. Es una suerte que tenga un mecanismo que no necesita pilas ni electricidad. Eso que nos ahorramos. A veces me gustaría invitarle a nuestras tertulias de la cocina, pero pesa tanto que no me atrevo a moverlo. Cada vez que da las campanadas en punto parece como si protestase, porque paso más tiempo con vosotros que con él. Antes me gustaba sentarme en el sofá  y leer teniéndolo a mi lado, pero ahora soy incapaz de ponerme delante de un libro, y no puedo estar tumbada con la manta. Cuando me acuesto pienso, y cuando pienso…

Se acabó el café. Oigo a Luis desperezarse. Hora de empezar el día. “Os dejo chicos, nos vamos al parque. Ojalá pronto demos carpetazo a nuestra extraña amistad. Adiós pera. Adiós detergente”. 

                                           Taller de Escritura Creativa. " La Escritura desatada"
                                                         Prof. Inés Mendoza. Texto nº 4                                                                                         

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