Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 23 de noviembre de 2015

Tres Espacios


     Casa de mi abuela

 
  Era una estancia de una sola pieza. Según entrabas, justo de frente, había un balcón que llenaba de luz la habitación. Siempre estaba repleto de geranios que yo regaba con ilusión, cuando ella me lo pedía. A la derecha estaba la cocina, una de esas planas de dos fuegos que se alimentaba con butano de bombona. A la izquierda del balcón quedaba la televisión, una vieja radiola en blanco y negro que reposaba sobre un mueble con bandeja, donde había revistas y viejos periódicos con los que yo jugaba recortando fotos. El mobiliario lo completaban una mesa camilla, redonda con tarima debajo, para poder poner el brasero de picón con que nos calentábamos, y una vieja radio con ruedas para sintonizar las emisoras con nombres de ciudades, que nunca supe si funcionó alguna vez. Siempre recordaré el suelo de piedra, de superficie irregular, que mi abuela se afanaba en limpiar hincando las rodillas sobre un trapo. Con un cubo de latón y un viejo cepillo sacaba brillo dejándolo como una patena. El olor a jabón lagarto de aquel suelo recién fregado, se confundía con el de cualquier comida que aquella vieja cocina estuviera guisando, o con el olor del picón recién quemado del brasero. Cuánto daría por volver a respirar aquellos olores que hoy solo puedo rememorar.



       La bodega


  Otra vez se nos acabó el vino. Abandono la barra en dirección a las viejas escaleras de madera. Las bajo sin usar la barandilla. Está suelta y nadie se digna en arreglarla. Crujen bajo mis pies los peldaños. Me pregunto cuántos años tendrán debajo de esa capa de pintura marrón que le han dado hace poco. Alcanzo la estancia inferior, que comunica con otras escaleras de cemento que dan a un pasadizo. Desciendo y acciono la llave de la luz; enciende una triste bombilla que pende en su casquillo sujeta al techo por una alcayata. Así aparece la bóveda de ladrillo rojo llena de agujeros y telarañas en la que la escasa luz proyecta sombras que no dejan ver qué hay al fondo. El suelo no está hecho, es de roca y tierra con firme irregular; hay que pisar con cuidado para llegar al rincón donde guardamos las botellas. Son restos de una antigua cloaca hecha de ladrillo cocido que aún pervive en el sótano del local y que usamos para mantener el vino en condiciones inmejorables. Cojo las botellas que venía buscando y aunque sé lo que hay al fondo, apenas un muro unos metros más allá, salgo tan rápido como puedo, ¿Y si me quedo a oscuras? Un escalofrío me recorre la espalda solo de pensarlo… abandono tan lóbrego sitio a la carrera, aún a riesgo de romper alguna botella. Menos mal que solo es un momento. Recupero la compostura. Subo los escalones y vuelvo arriba al bar, donde el bullicio y el calor hacen que me olvide de la bodega y su oscuridad.
 

     La entrevista


   Espero sentado en recepción. A pesar de lo cómoda que es la butaca y de lo guapa que es la secretaria que me ha atendido, estoy nervioso. Me atuso la corbata una y otra vez. Mis dedos juegan con la etiqueta de la marca que esta cosida como en relieve. Repaso mentalmente mis preguntas, la información de la empresa que recabé por internet. Me preocupa que me suden las manos. Siempre que hago una entrevista de trabajo tengo pánico a que cuando me saluden, estas estén sudadas. ¿Dónde me entrevistarán? ¿Será en un despacho, quizá en una sala de juntas? Recuerdo una vez en que la entrevista fue delante de la máquina de café de la empresa. Que la entrevistadora anduviera más preocupada por eso que por mis respuestas jugó a mi favor aquella vez, o más bien fue al contrario, ya que a pesar de lo bien que fue, no me cogieron. Esta es una empresa de abogados muy seria, seguro que no será el caso. Tendrá la típica sala de juntas, con paredes de tonos azulados no muy penetrantes, para favorecer un ambiente distendido, o quizá sean grandes cristaleras que dejarán entrar luz natural, que se podrá regular con estores elegantes. ¿Cómo será la mesa? ¿Podré apoyarme en ella o estaré expuesto sin obstáculo alguno que medie entre mi entrevistador y yo?...


  Me llama la secretaria. Me comunica que no podremos hacer la entrevista. Quien debía atenderme ha sufrido un percance imprevisto y nadie en la empresa puede sustituirle. Me ruega que les disculpe y me emplaza para otro día. Me da bajón. La tensión acumulada se desinfla como un globo y va a parar a mis sienes que notan el bombeo de la sangre que las amartilla. Me despido de la secretaria con la mano sudada, aunque ya no me importa. Mientras bajo a la calle pienso en el próximo martes, cuando tenga que volver y pasar por todo esto nuevamente. Qué pereza.




                                              Taller de Escritura Creativa. " La Escritura desatada"
                                                              Prof. Inés Mendoza. Texto nº 5



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