Van dejándose notar cada vez más, como si se tratase de una plaga silenciosa, que sin prisa pero sin pausa, va poco a poco expandiéndose, ampliando sus dominios que dejan muy atrás esos guetos donde anteriormente realizaban sus escabechinas.
Así desde Tetuán, hasta Usera, desde Pueblo Nueblo a Móstoles, empleando el centro de Madrid como el teatro de sus operaciones, en fines de semana, donde se reunen bandas contrarias, seguramente de manera poco aleatoria.
Nos echamos las manos a la cabeza, y no es para menos. En apenas unas horas varios apuñalamientos han sacudido la ciudad, protagonizados por individuos jóvenes, muy jóvenes, que savan las navajas a pasear con la misma facilidad con las que asestan puñaladas asesinas de fatal desenlace.
No es la primera vez que sufrimos episodios de violencia juvenil, a los clásicos ya ejemplos de los grupos ultra del fútbol o de los skin head/reds, se unen ahora estos fenómenos de cuño más reciente, donde baja extración social se une a migración excluída y con pocos visos de prosperar.
Era un fenómeno relativamente controlado, pero todo parece indicar que va a ir cada vez a más. Es la nueva cara de una realidad económica y social, que lleva a un empobrecimiento progresivo y latente, que tiene en estos fenómenos una de sus caras, la más llamativa, pero no la única. No siempre cualquier tiempo pasado fue peor.
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