Cuando pagas por el concepto antes que por la comida, en una taberna tan minúscula como pretenciosa, un quiero y no puedo a pié de calle en Doctor Fleming.
Rabas a quince euros, tan escasas y pequeñas que nadaban en el plato con dificultad. Huevos revueltos con ibérico y trufa, con corte de patata al estilo Pringles, donde los cortes de papada de jamón había que adivinarlos.
Y por fin, unos mejillones a la salsa romescu, bien cocidos al vapor, con una salsa deliciosa y con una cuantía correcta. Salvados por la campana.
Estilo cutre. Que la mayor parte de tu carta se haga con freidora industrial, y que la composición de los platos esté a la vista encima, poco o nada habla de tu negocio. Dónde quedará el glamour de los emplatados.
Sesenta bolos regados con vino y cerveza. Al menos sensación de hambruna cancelada. Afortunadamente, la guinda del Covent Garden, estuvo a la altura, como siempre.
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