Levaduras

 De tanto en tanto voy a la panadería y compro pan. Una barra.

 No hay tahonas de elaboración propia cerca de donde vivo, así que no me queda otra que abonarme al pan congelado, ese que medio recalientan un poco antes de que te lo lleves a casa, ese mismo que de un día para otro se queda chicloso. Calidad ínfima por cuarenta y cinco céntimos.

 Panaderías no son, apenas llegan a la categoría de despachos de pan, a secas. Lucen estanterías de madera labrada y ponen adornos de local antiguo, pero venden calidad que nada tiene que envidiar a que la ofrecen las denostadas tiendas de los chinos. No me sorprendería que el proveedor fuese el mismo.

 Ni las levaduras son las de antes, esas que dicen los talibanes de la comida que son veneno. Ni levadura buena, ni levadura, simplemente. Según para qué cosas, estamos abonados a la involución. Rousseau debe estar flipando.

 Apuntado en el cuadernillo de tareas por hacer. Coger el coche, irme a algún pueblo y comprar una barra de pan como, Dios manda. Un lujo, quien nos lo hubiera dicho, no hace tanto.