Arrogancia. altivez, sentirse superior, creer que se está por encima. Esa sensación es común a todos aquellos que se sienten en posesión de una verdad irrefutable. Lo hace el intelectual que se compadece del iletrado por su ignorancia; el creyente que cree condenado al no practicante, el ateo, que considera un iluso al que cree en historias sin base, sin soporte empírico. Saber es sinónimo de superioridad, y esa sensación es inevitable, incompatible con cualquier intento de humildad. Es un hipócrita quien la oculta y dice respetar al que no actúa o piensa como él. Es un simple postureo, una imagen que esconde la realidad, más intransigente; relativizar la opción de que se conocer la verdad absoluta flexibiliza esa actitud, da margen a la empatía, a la comprensión, a la simpatía por otras posturas que no se comparten; da forma y sentido y es un buen trampolín para practicar la camaradería, el respeto por lo que piense el otro, aunque pueda parecer un completo disparate. La verdad, no nos hace más libres, ni más sabios, solo nos aporta una evidencia: la de preguntarnos si tenemos claro qué es la verdad. Eso por fuerza ha de igualarnos, nunca clasificarnos en escalas de superioridad o inferioridad.
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