Apenas si ha terminado de vestirse. No hace
ruido. La penumbra del salón hace más rotundo el silencio, y más se acongoja,
hasta el punto de sentir frío pese a estar la habitación caliente.
Ha sacado todas sus cosas de la habitación;
en vez de vestirse allí sale con la ropa en las manos. Siente la tentación de
estirar un poco las sábanas, de poner el edredón bien, pero no lo hace. Un impulso
de huir de allí le lleva a salir rápido, dejando la habitación vacía, como
vacía está la cama en la que ha dormido, solo. Sobre las sábanas solo queda un hilo
de luz del cuarto de baño, que permanece encendido.
Siente un ruido de platos y vasos que viene
de la cocina, pese a estar en la estancia contigua, es un ruido
apagado, un rumor lejano que no le saca de su estado de aturdimiento. Con la
cabeza gacha termina de atarse los cordones de las botas, con movimientos
torpes de unos dedos que parecen agarrotados.
Por una rendija de la ventana, gracias a que
la persiana esta medio levantada, ve salir la primera luz del día. Se incorpora
y abre la puerta de la terraza. Sale al exterior y el frescor de la mañana parece
reavivarle, como si la sangre volviera a circular por su cuerpo a la velocidad
normal. Se da cuenta de que no siente frío, de que el aire que le da en la cara
le espabila más que el café que acaba de terminarse hace apenas un momento.
De camino a la oficina mira absorto por la
ventana del autobús, y aunque lo intenta no encuentra en el cielo de la ciudad
las misma luz que apenas un rato antes vio a través de la persiana de aquel
salón, que ahora se encuentra lejos de
donde está. Agacha la cabeza y piensa en lo tedioso que va a ser el día, y en lo larga que va a ser la noche, otra vez, de
sabanas vacías.
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