Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




martes, 11 de julio de 2017

El pozo



Espera un momento que te arregle la corbata hijo, Es solo un segundo.

  Miguel se gira y se agacha. Las manos arrugadas de su madre le ajustan el nudo con delicadeza. Esas manos que se han cuarteado a fuerza de limpiar casas durante más de cuarenta años. Las mismas que no dejaron de acariciarlo, cuando perdió a su padre, ni de sostenerlo cuando se hundió en el pozo de la heroína. A Miguel le entra un escalofrió cuando al terminar de ajustarle el nudo, ella le mira con dulzura, con esa ternura y ese cariño que solo quien te ha parido puede expresarte. Esos ojos tristes, hartos de llorar hasta la extenuación, hundidos en sus cuencas, brillan a pesar de las ojeras y del cansancio que el maquillaje no consigue ocultar. Están felices. Hoy cumplirán uno de los sueños de su vida: acompañar a su hijo en el día de su boda.

  Matilde se agarra del brazo de Miguel. Juntos enfilan el camino hasta el improvisado altar en un jardín rectangular rodeado de muros de pizarra que guarecen a cuatro olivos que se yerguen imponentes. Dos a cada lado de un viejo pozo que aún conserva con orgullo su arco con la polea de hierro y su cubo de latón. Pintado de un blanco inmaculado, se alza orgulloso sobre un césped verde cortado y cuidado con esmero. Cruzan por un arco adornado de flores, sobre un suelo con alfombra roja que han llenado de pétalos de flor. Los invitados sentados a uno y otro lado les miran con alegría. 

  Allí están todos. Miembros de la asociación a la que Matilde se dirigió para pedir ayuda. Chicos jóvenes, muchos de ellos aún universitarios, que inagotables al desaliento, se encadenaron ante el Ministerio de Justicia, recorrieron todos los medios de comunicación publicitando su caso y terminaron por hacer una huelga de hambre que al sexto día consiguió su objetivo. Matilde se aprendió los nombres de todos ellos. Uno a uno. Nombres que lleva en lo más hondo de su corazón.

  Un poco más adelante ve a Amalio, su abogado. Aceptó llevar el caso sin más objeto que conseguir que Miguel pasara los últimos meses de su vida en libertad. Seropositivo, el rápido deterioro de la enfermedad sirvió de argumento para pedir un indulto que hubo que pelear con firmeza. El juez se mostraba reacio a tramitarlo y a dar crédito a los informes médicos que declaraban a Miguel enfermo terminal. Cuando al fin se supo su concesión, lo celebró con un grito a pleno pulmón, que resonó como un estruendo en los juzgados y casi le cuesta el desacato ante el tribunal. Nunca un caso le daría menos dinero, y sin embargo más satisfacción personal.

  El equipo médico que atendió y estabilizó a Miguel, doctores y enfermeras, esperan en la primera fila. Muestran con una sonrisa pícara la bolsita con el arroz, que desean tirar a los novios una vez que termine la ceremonia. No tardaron en encariñarse con Miguel y su novia. Les faltó tiempo para decir si a ser testigos de una ceremonia que viven con ilusión, con alegría sincera.

  Matilde sonríe a todos. Hoy parece quedar todo atrás. Hoy ven su fin esos años tan duros salpicados de droga, cárcel y enfermedad. Cuando ya no lo creía posible, llegó el perdón. Era una nueva oportunidad. Después de cinco años de prisión tras aquél robo absurdo que terminó con un guardia jurado inválido tras ser empujado y caer por unas escaleras. Condenó a Miguel a la falta de libertad y a Matilde a un mundo de silencio y oscuridad que en forma de depresión hizo de sus días un largo camino en línea recta, donde nada ni nadie parecían sacarle de su profundo ensimismamiento. Hasta el día en que supo que Miguel tenía sida y que la enfermedad galopaba. Aquel día algo se reactivó en ella, algo hizo como de palanca en su interior, y ese camino recto y anodino, volvió a tener vueltas y recovecos. Volvió a tener luz. Y sintió ganas de hablar, de gritar.  Matilde recobró energías y volvió de aquel pozo oscuro en que cayó para luchar por su hijo. Fue así como contactó con la asociación. Y la rueda empezó a girar. De nuevo.

 Hoy esa rueda les ha traído aquí. A este pequeño jardín de hotel rural. Y mientras esperan a la novia, Matilde mira al pozo encalado y se sonríe; también a ellos les han pintado de blanco, piensa, como si con ello se hubiera borrado el pasado, dejando el camino expedito para mirar hacia delante sin lastres, aunque ese futuro tenga fecha de caducidad. No importa. 

  Suena la marcha nupcial. La novia ya está aquí. Mientras desfila agarrada del brazo de su padre y todos se levantan de sus asientos y se giran para verla entrar, Matilde les mira a ellos y ve a la que considera su verdadera familia. No tienen su sangre, pero nunca renegaron de su hijo ni de ella. Ellos merecen compartir este momento. Merecen estar aquí.








 
   


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