Chard
era un capullo, un crápula sin escrúpulos que pasaba todas las horas libres de
que disponía cometiendo alguna de sus infinitas tropelías. Amalia, su secretaria, lo
sabía bien; buena parte de sus labores como asistente consistían en llevar al
día la agenda de un cincuentón pasado de rosca, que se resistía a sentar la
cabeza y a llevar una vida ordenada. Hacía ya muchos años de aquella noche en
que Amalia, admirada del talento de su jefe, empresario de éxito, acabó
aceptando la invitación para ir a cenar con él después de una jornada maratoniana
de trabajo. Aquella noche aceptó meterse una raya de coca por primera y única vez
en su vida; aquella noche acabaron follando a la entrada de un garaje sobre el
capo del coche. Para Chard no fue más que una muesca en la culata, otra
secretaria más que se pasaba por la piedra; para Amalia fue el acto de amor más
entregado que haya tenido nunca con quien era, desde hacía más de quince años,
el amor de su vida.
Aquellas navidades no serían diferentes a
otras. En vísperas de la nochebuena, Chard tomaría una copa con sus empleados,
y despediría a Amalia con su tradicional beso en la mejilla y su botella de
vino francés. Amalia llegaría a casa de sus padres con aquella joya embotellada
que su padre disfrutaría como siempre
mientras ella se sumía en una profunda melancolía. Por más que lo intentaba, no
podía dejar de pensar en él. Sabía que volvería a cenar solo en nochebuena, y
que después de pillarse un colocón con todo lo que tuviera a mano, acabaría llamando
a cualquier fulana o a alguna línea erótica.
Chard aquella nochebuena estaba más pasado
revoluciones que nunca, las pastillas de ácido que le habían vendido, le habían
puesto en órbita de tal manera que apenas si conseguía tenerse mientras intentaba
comer el pavo que había encargado para la cena. Miraba la televisión, cuando la
presentadora del especial de nochebuena de aquel canal, de repente sin venir a cuento, calzó una ostia a Alejandro
Sanz a quien hasta ese momento entrevistaba, haciéndole caer de espaldas sobre
una guitarra. En ese momento Chard sintió que desde la tele le miraban fijamente, al tiempo que le decían:
-
Chard, ¿Sabes quién soy?
-
No, ni idea, ¿Quién eres?
- Soy
el fantasma de los tripis pasados
- ¿Perdón,
me estás vacilando gilipollas?
Fue decir eso cuando la presentadora salió literalmente de
la pantalla plana de plasma, como en las películas, y
sin mediar palabra alguna, calzó a Chard otra ostia de dimensiones colosales,
tan grande o más que la que antes propinó al que cantaba lo del corazón partío. Chard, desde el suelo,
miraba atónito a aquella mujer que con aire arrogante, antes de decirle nada
más, volvió a sacudirle, propinándole una patada en el estómago que hizo a Chard
vomitar.
-
¿Ves cómo eres un capullo, qué haces rodando por el
suelo como una triste alimaña? ¿Cuánto tiempo más crees que vas a estar así, algún
día tu hígado explotará, o quizá te explote la cabeza de tanta mierda como
llevas acumulada ahí dentro. Tú sigue así que verás…
Chard no supo cuánto tiempo estuvo sobre el
suelo sin conocimiento. Cuando despertó seguía tirado sobre el parqué, rodeado
de su propio vómito. La televisión emitía dibujos animados. Por las cortinas se
dejaba ver la primera luz de la mañana de un día de Navidad que amanecía lleno
de mierda. Renqueante se dirigió al baño donde sin saber cómo habría entrado,
le esperaba Natascha, la última puta que había contratado dos días antes, después
de cerrar un trato con los rusos a los que llevó al picadero más caro de la ciudad, para celebrar el contrato firmado. Se dirigió al lavabo, abrió el grifo y se lavó la
cara, con la idea de despejarse un poco. Sin apenas tiempo de secarse, Natascha se acercó a él sin mediar palabra y le agarró con saña por la entrepierna, apretándole
los genitales con tal fuerza que acabaron por doblar a Chard, que terminó por
caer de espaldas contra el banco de las toallas, retorciéndose de dolor.
- ¿Se puede saber qué haces?
- Hacerte lo que más te gusta, ¿O ya no recuerdas lo
que hicimos el otro día en el club, cariño?
-
Estaba muy borracho…
- Lo sé, tanto que ni si quiera recuerdas a quien atropellaste
cuando salías del club con tu coche. Me mataste hijo de puta, y lo que es peor,
te diste a la fuga dejándome rodeada de ratas. Me has convertido en un
fantasma, en el fantasma de tus polvos presentes. Y como soy una profesional
quiero que disfrutes de mi último servicio…
-
Chard no podía más, le faltaba la
respiración. Mientras aquella fulana despampanante de pechos operados seguia apretando, sobre el espejo del baño se proyectó como si de una película se tratara, la imagen de aquella prostituta terminando su servicio y saliendo del local. Un instante después se cruzaba en
el camino de un Mercedes coupe, que aceleró en mitad del callejón trasero del club, por cuya puerta salía Natascha distraida. Murió en el acto. Nadie se percató de que estaba muerta
hasta que el camión de la basura hizo su
ronda al día siguiente. Sin cámaras, sin testigos, Chard en cambio miraba con horror la similitud de aquel coche con su Mercedes último modelo recién estrenado.
-
¿Te gusta cariño, a que es como si te la chupara?
¿Verdad? ¡Contesta!
Chard a quien el sudor perlaba la frente y las
lágrimas nublaban la vista, intentaba articular un sí que su garganta a duras
penas intentaba pronunciar. El dolor, cada vez más acuciante, le nublaba el
entendimiento, y así con sus cataplines retorcidos en manos de aquel espectro
de silicona, volvió a perder el conocimiento…
No sabía qué hora era. En mitad del baño, con la
bata desprendiendo un olor nausabundo y con la pernera del pantalón llena de
restos de orín y sangre, Chard se incorporó como pudo. Angustiado recordaba
perfectamente todo cuanto había pasado desde que se sentara a la mesa a degustar
aquel pavo de encargo. Convencido de que necesitaba desquitarse, se acercó a la
botella de vino, un dom perignon de cuatrocientos euros y de un
trago se bebió más de la mitad. Consciente de que se le acabaría pronto, se
acercó a la cocina. Estaba a punto de llegar al botellero cuando detrás de la
puerta apareció Camp, su amigo y cofundador de la empresa.
-
¿Qué haces aquí?
-
Vengo a desearte feliz navidad.
- ¿Feliz navidad?, ¡Ja!, No sabes la noche que he pasado.
-
Eso no es nada con las que te esperan de aquí en
adelante. Ven conmigo quiero enseñarte una cosa.
Chard, cogió lo que andaba buscando y se fue detrás
del espectro de su amigo, fallecido unos
años antes en accidente de avión. Juntos habían fundado la empresa, apenas meses
después de terminar la carrera. Con esfuerzo y dedicación, se hicieron con una
cartera de clientes, una reputación y una cuota de negocio que les convirtió en
empresa puntera en su sector. Hacía ya más de siete años que había
desaparecido, pero Chard nunca dejó de tener presente a su amigo, a quien
sentía que debía la obligación de no dejar que la empresa nunca dejase de
prosperar.
-
¿A qué has venido?
-
Soy el fantasma
de las cogorzas futuras. Me han pedido que te enseñe lo que te espera de aquí
en adelante si no cambias de vida. Siéntate, voy a encender la tele.
-
¿Pero qué dices tronco, se te va la pinza, o es que
los ectoplasmas no tenéis sesera, no ves
que ya está encendida?
-
Sí, pero este canal no es la programación que nos
interesa.
Camp cogió el mando y cambiando de canal apareció
la imagen de una especie de jardín; de espaldas sobre una silla de ruedas, encorvado, se
veía la silueta de un hombre de pelo canoso. La imagen se giró para mostrar el
rostro de aquel sujeto. Era la cara de Chard la que aparecia, con los ojos
hundidos sobre una cara seca, consumida sin apenas carnes que daban a la piel
el aspecto de un pellejo arrugado y tumefacto. Con la mirada perdida, aquel
hombre escuchaba lo que le decía una mujer vestida sobria y de oscuro que traía
una caja de bombones bajo el brazo. No tardo Chard en descubrir que aquella
mujer era Amalia.
-
¿Qué demonios estamos viendo, Camp?
-
Eres tú, dentro de un tiempo. Sufrirás un ictus y
quedarás paralizado. Amalia será la única que vaya a visitarte. Gracias a tu
fortuna no te faltaran cuidados, pero solo ella te dará cariño, aunque sea en horario de visitas y, una vez más, sea un cariño infructuoso y no correspondido, ya que tú no
te percatarás de ello. No sé si lo hará por inercia, o porque ya se siente muy
mayor para buscar a otro, porque solo tú has sido el amor de su vida. Aunque hayas
sido lo suficientemente imbécil para no darte cuenta…
Chard,
soltó la botella de vino y sin apartar la mirada de aquella escena, sintió como
sus ojos se anegaban de lágrimas. Lágrimas que dieron paso a un fundido a
negro. Una vez más perdió el conocimiento y volvió a sumirse en la más absoluta
oscuridad.
Cuando
despertó estaba en su cama, con el traje que llevaba de la oficina aún puesto. Nervioso,
se incorporó rápido y vio que todo en la habitación estaba en orden. ¿Qué había
pasado? En la mesa estaba dispuesta la cena. El pavo estaba intacto, nadie lo había
tocado. Había pasado la nochebuena y el día de navidad durmiendo, fruto de ese chute de ácido que decidió regalarse antes de empezar sus
particulares fiestas. ¿Todo lo había soñado, o había algo de realidad?, ¿Habría matado en verdad a Natascha? Iba a encender el ordenador para intentar averiguarlo cuando miró el reloj. Era ya tarde, pero cogió el teléfono y marcó diligente.
Al tercer timbre, contestaron.
-
¿Si?
-
Perdóname Amalia por llamar tan tarde, pero no
quería acabar el día sin desearte feliz navidad.
-
Gracias, no esperaba tu llamada…
Taller de Escritura Creativa. " La Escritura desatada"
Prof. Inés Mendoza. Texto nº 12
Taller de Escritura Creativa. " La Escritura desatada"
Prof. Inés Mendoza. Texto nº 12
No hay comentarios:
Publicar un comentario