lunes, 26 de octubre de 2015

El cartero Vicente



Vicente sale, como cada mañana, de la estafeta de correos cargado como una mula. La cartera de cuero marrón oscuro, pende de su hombro derecho y tira de él hacia abajo con tanta fuerza que hace que su caminar sea lento, penoso e inclinado hasta que alcanza la parada de autobús.  En apenas unos minutos llegará a su destino: el distrito siete, barrio donde reparte la correspondencia desde hace tanto tiempo que nadie recuerda quien fue el que le precedió en el cargo.

En su cartera apenas si hay una pequeña parte de lo que tiene que repartir hoy; el contenido de al menos dos carteras más le espera en el buzón de alivio. La furgoneta de asistencia le ha dejado allí el resto del material. Desde las seis de la mañana, metódicamente, ha ido clasificando las cartas y paquetes en uno y otro lado, todo organizado para intentar terminar cuanto antes el reparto normal. Hoy necesita tiempo para otros menesteres. Hoy, por unas horas, se convertirá en Papa Noel.

 Lleva en una pequeña bolsa los giros postales que el Ministerio remite los días tres de cada mes. Son unas decenas, todos ellos de  pequeñas cantidades: veinticinco mil, veintiocho mil… alguno alcanza las treinta y cinco mil pesetas. Según el número de hijos a cargo del subsidiado, la cantidad puede oscilar. Son pequeñas pensiones asistenciales que se reparten por vía postal, sin recurrir a la domiciliación bancaria. 

Vicente cada día tres echa el resto. Su conocida silueta, inconfundible gracias al uniforme  y la cartera, deambula por el barrio que conoce palmo a palmo. Los vecinos le ven llegar y le reciben con una sonrisa más grande que la del propio buzón donde echan las cartas. “Vicente, para un momento y tómate un cortadito”, le dice Amalio, el del bar, pero él le mira de reojo y le dice, “No gracias, hay que seguir, hay que seguir”.

El distrito siete es un gueto. Era el destino asignado habitualmente al que llegaba  nuevo a la central de correos de la capital. Vicente, como buen novato, recibió el encargo a sabiendas de la dificultad. Mucho trabajo y mucho riesgo. No todo el mundo se atreve a ir con tanto dinero en giros postales bajo el brazo, teniendo que patear unas calles por donde pululan rateros, ex -presidiarios y gente de la peor ralea. Pero Vicente no se achanta y con su certero “hay que seguir, hay que seguir”, lleva con oficio a cada portal la correspondencia y a cada casa esa pequeña cantidad de dinero, que en muchos casos, será el único ingreso que entre en todo el mes por el umbral de la puerta.

En cada entrega Vicente siente que hace magia. Siempre repite el mismo ritual. Toca el timbre, se abre la puerta y un estallido de felicidad se adueña de la escena. Parece que en vez de treinta mil, entregara treinta millones al destinatario. El giro nunca es de una cifra redonda, y las veinticinco o cincuenta pesetas del pico, pasan de la cartera a su bolsillo. Vicente se emociona. Esa pequeña propina que recibe le parece el gesto más generoso del mundo. Y con la suma de tantos aguinaldos acaba el día con un sobresueldo en forma de calderilla. Si antes tiraba la cartera de su hombro, es ahora  la chatarra en monedas que lleva en los bolsillos la que tira del pantalón hacia abajo. Vicente está exhausto, apenas si puede con su alma, pero sigue con su “hay que seguir, hay que seguir”, guiándole sus  pasos al siguiente domicilio…

Hoy Vicente ya está jubilado. Invierte las mañanas en sacar de paseo a Darco, su perro. El cardiólogo le dijo que tenía que caminar después de sufrir una angina de pecho, y qué mejor modo de hacerlo que teniendo una mascota. Muchas veces se encuentra con Natalia, la cartera del barrio; a la camisa azul del uniforme de entonces, ahora le ha sustituido otra de color amarillo, y a la cartera de cuero, un carrito de la compra con extensor, para que no se dañe la espalda. Le saluda con afecto, pero sin camaradería. “Estos nuevos, ya no son de los nuestros, ahora ya no hay correo”, se dice, con nostalgia y con cierta pena. Y mientras lo hace, en su cabeza, sus pies vuelven a las calles del distrito siete, cartera en ristre, rodeado de quinquis y maleantes que cada día tres le ven caminado como un penitente sin parar, ya que, “hay que seguir hay que seguir”…


                                           Taller de Escritura Creativa. "La Escritura Desatada"
                                                         Prof. Ines Mendoza. Texto nº3
 

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