Vicente sale, como cada mañana, de la estafeta de correos
cargado como una mula. La cartera de cuero marrón oscuro, pende de su hombro
derecho y tira de él hacia abajo con tanta fuerza que hace que su caminar sea
lento, penoso e inclinado hasta que alcanza la parada de autobús. En apenas unos minutos llegará a su destino:
el distrito siete, barrio donde reparte la correspondencia desde hace tanto
tiempo que nadie recuerda quien fue el que le precedió en el cargo.
En su cartera apenas si hay una pequeña parte de lo que
tiene que repartir hoy; el contenido de al menos dos carteras más le espera en
el buzón de alivio. La furgoneta de asistencia le ha dejado allí el resto del
material. Desde las seis de la mañana, metódicamente, ha ido clasificando las
cartas y paquetes en uno y otro lado, todo organizado para intentar terminar
cuanto antes el reparto normal. Hoy necesita tiempo para otros menesteres. Hoy,
por unas horas, se convertirá en Papa Noel.
Lleva en una
pequeña bolsa los giros postales que el Ministerio remite los días tres de cada
mes. Son unas decenas, todos ellos de pequeñas
cantidades: veinticinco mil, veintiocho mil… alguno alcanza las treinta y cinco
mil pesetas. Según el número de hijos a cargo del subsidiado, la cantidad puede
oscilar. Son pequeñas pensiones asistenciales que se reparten por vía postal,
sin recurrir a la domiciliación bancaria.
Vicente cada día tres echa el resto. Su conocida silueta,
inconfundible gracias al uniforme y la
cartera, deambula por el barrio que conoce palmo a palmo. Los vecinos le ven
llegar y le reciben con una sonrisa más grande que la del propio buzón donde
echan las cartas. “Vicente, para un momento y tómate un cortadito”, le dice
Amalio, el del bar, pero él le mira de reojo y le dice, “No gracias, hay que
seguir, hay que seguir”.
El distrito siete es un gueto. Era el destino asignado habitualmente
al que llegaba nuevo a la central de
correos de la capital. Vicente, como buen novato, recibió el encargo a
sabiendas de la dificultad. Mucho trabajo y mucho riesgo. No todo el mundo se
atreve a ir con tanto dinero en giros postales bajo el brazo, teniendo que
patear unas calles por donde pululan rateros, ex -presidiarios y gente de la
peor ralea. Pero Vicente no se achanta y con su certero “hay que seguir, hay
que seguir”, lleva con oficio a cada portal la correspondencia y a cada casa
esa pequeña cantidad de dinero, que en muchos casos, será el único ingreso que
entre en todo el mes por el umbral de la puerta.
En cada entrega Vicente siente que hace magia. Siempre repite
el mismo ritual. Toca el timbre, se abre la puerta y un estallido de felicidad se
adueña de la escena. Parece que en vez de treinta mil, entregara treinta
millones al destinatario. El giro nunca es de una cifra redonda, y las
veinticinco o cincuenta pesetas del pico,
pasan de la cartera a su bolsillo. Vicente se emociona. Esa pequeña propina que
recibe le parece el gesto más generoso del mundo. Y con la suma de tantos
aguinaldos acaba el día con un sobresueldo en forma de calderilla. Si antes
tiraba la cartera de su hombro, es ahora la chatarra en monedas que lleva en los
bolsillos la que tira del pantalón hacia abajo. Vicente está exhausto, apenas
si puede con su alma, pero sigue con su “hay que seguir, hay que seguir”, guiándole
sus pasos al siguiente domicilio…
Hoy Vicente ya está jubilado. Invierte las mañanas en
sacar de paseo a Darco, su perro. El
cardiólogo le dijo que tenía que caminar después de sufrir una angina de pecho,
y qué mejor modo de hacerlo que teniendo una mascota. Muchas veces se encuentra
con Natalia, la cartera del barrio; a la camisa azul del uniforme de entonces,
ahora le ha sustituido otra de color amarillo, y a la cartera de cuero, un
carrito de la compra con extensor, para que no se dañe la espalda. Le saluda
con afecto, pero sin camaradería. “Estos nuevos, ya no son de los nuestros,
ahora ya no hay correo”, se dice, con nostalgia y con cierta pena. Y mientras
lo hace, en su cabeza, sus pies vuelven a las calles del distrito siete,
cartera en ristre, rodeado de quinquis y maleantes que cada día tres le ven
caminado como un penitente sin parar, ya que, “hay que seguir hay que seguir”…
Taller de Escritura Creativa. "La Escritura Desatada"
Taller de Escritura Creativa. "La Escritura Desatada"
Prof. Ines Mendoza. Texto nº3
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