Nada más terminar de leer la noticia en la edición
extra de la Gazette des Tribrunaux que narraba la muerte
violenta de una madre y su hija, en su casa de París, cogió su sombrero y me
pidió que le acompañara a la prefectura de policía.
Dupin hizo valer sus contactos para
lograr autorización y entrar en el escenario del crimen. Todo cuanto el
periódico detallaba estaba ahora delante de nuestros ojos: Un cofre lleno de
papeles, ropa y otros objetos tirados por el suelo y dos saquitos con cuatro
mil francos en pepitas de oro desparramados cerca del cofre. Descartado el
móvil del robo, y tras descubrir horrorizados el cuerpo de la hija incrustado
en el interior de la chimenea, boca abajo, la policía trataba de buscar pistas
tomando declaración a los vecinos, que alertados por los gritos, trataron de
auxiliar a sus vecinas infructuosamente, incapaces de tirar la puerta abajo;
declararon haber oído voces extrañas dentro de la habitación, en un idioma que
no sabían distinguir y con una voz, aguda y gutural que no sonaba a nada
conocido.
Estremecido miraba a la chimenea
preguntándome cómo nadie podría haber metido el cuerpo de una mujer ahí, qué
fuerza habría necesitado, ni que lo
hubiera hecho un animal, dije en voz alta cuando Dupin con una media sonrisa plantada en su rostro me dijo:
-
Admiro tu don para la imaginación, pero me temo que
esto es más sencillo y trivial. Observa.
Me
pidió que me acerca a la jamba que daba acceso a la chimenea; allí encontró una
pequeña traza de cuerda deshilachada, semi-oculta en el interior de la misma y
camuflada por el hollín que le había caído encima, tiznándola de negro.
-
La
señorita Camille murió estrangulada tal y como denotan las huellas de presión
de su cuello, pero seguramente ya estaba muerta cuando la colocaron en el interior
de la chimenea, y creo que sé cómo.
Nos dirigió al tejado donde la boca de la chimenea exterior
confirmó las sospechas de Dupin.
Varios trozos de ladrillo de rojo cocido yacían esparcidos por el tejado de la
mansarda, donde más restos de cuerda se hacían visibles a simple vista. La
autopsia revelaría que el cadáver fue atado por los tobillos y alzado desde
arriba hasta que este quedó encajonado en la parte más estrecha del tubo.
-
A fuerza de tirar con ella para asegurar que el
cuerpo no cayera de nuevo, terminó por desprender la cuerda de los tobillos de
Camille, sino la hubiéramos encontrado. Al menos fueron dos los criminales…
De vuelta al escenario del crimen, A Dupin le llamo la atención en medio del
desorden un ramo de flores encima de una cómoda. Estaba sujeto con un trozo de
gasa, de color azul turquesa con ribetes dorados.
-
Mmm… Girasoles, la flor de Ucrania, dijo lacónico
Dupin.
Haciendo uso de su increíble memoria recordó donde
había visto una gasa como esa antes. Y eso nos llevó a detener a la culpable. La
utilizaba una de los figurantes de un circo ruso que en aquellas fechas tenía
cartel en París.
Valeshka, “la mujer
barbuda”, era una ruda ucraniana de manos enormes. Quedó prendada de
Camille desde que tras una actuación, quiso acercarse a verla de cerca. Aquella
noche mandó a Boris, “Sanson, el forzudo”,
además de su hermano, a que la siguiera hasta su casa para saber dónde vivía.
No tardó en visitarla. Con un ramo de flores en la
mano quiso declararse, pero su tartamudez evitó que de su boca saliera palabra alguna.
Camille soltó una carcajada más de sorpresa que de burla, que hirió en lo más
hondo a Valeshka. Dolida salió de
allí corriendo, sin oír las disculpas de Camille. Su mente infantil juró que debería
pagar tal afrenta.
Con su hermano como cómplice, aquella noche los dos
treparon por la fachada para acceder a la vivienda por una de sus ventanas
exteriores. Boris siguió la escalada
hasta el tejado. Ataviado con una cuerda, la hizo deslizar chimenea abajo.
La aparición inesperada de la madre obligo a Valeshka a hacerla enmudecer. De un tajo
le cortó el cuello con un afilado cuchillo que con increíble agilidad
desenvainó de su funda para hundirlo en la yugular. Cogió en volandas el cuerpo
inerte y lo lanzó al vacío por una ventana, cayendo al patio interior donde más
tarde la encontrarían.
A solas con Camille poco después, no tuvo opción cuando
esta al verla comenzó a gritar y a tirar cosas. Apretando con fuerza su cuello
con sus gruesos dedos, miraba con una mezcla de amor y odio aquella cara que
con ojos desorbitados exhalaba su último aliento. Al tiempo que Camille cedía, acertó a balbucear algunas palabras inconexas
y entrecortadas, mezcladas con un llanto inconsolable, aquellas que los vecinos
escucharon cuando intentaron ayudar a quien gritaba. Atada su víctima por los
pies dio un tirón a la cuerda para que Boris
la izara, tirando este hasta la extenuación hasta que se soltó la cuerda. Uno y
otro huyeron deslizándose por un pararrayos próximo, como si fueran primates, hasta
llegar a la calle y perderse en las sombras de la noche.
Dupin a diferencia de otras ocasiones, parecía
indiferente pese a ayudar a la resolución del caso. Su ego no terminaba de
encajar el resultado como una victoria. Días después tomando un café en una
terraza de Montmartre, le pregunté:
-
¿Es
por lo de la chimenea verdad? Valeshka
nunca confesó por qué decidió colgarla.
Me miro con ojos extraños, confusos; definitivamente
su intelecto no había encajado no dar con una respuesta.
Sonriéndome giró la cabeza y sus ojos se perdieron
entre los transeúntes que a esa hora paseaban delante de aquel café.
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