Muchos son los puntos de vista y enfoques que se
pueden utilizar a la hora de valorar cómo evoluciona un país. Uno de ellos, es
sin duda el de analizar las virtudes y bondades del líder político del mismo.
Corren tiempos de cambio. Es una expresión
muy manida pero no por ello carente de validez en un mundo tan sumamente
cambiante. La denominada primavera árabe, es una buena prueba de ello. En
apenas dos años, desde las revueltas en Tunez, que obligan al presidente
Zine El Abidine Ben Ali a abandonar el país, otros países como Egipto,
Yemen, Marruecos o Siria actualmente, evidencian que nada es eterno y que
viejas tendencias se eliminan para dar paso a otras nuevas. Los viejos
regímenes dan muestras de agotamiento dando paso a nuevos aires de apertura,
cuyo horizonte aún es impreciso y falto de definición. Nuevos tiempos que
requieren de nuevas personas, nuevos líderes que hagan efectivo los cambios.
Ese razonamiento parece
zozobrar en algunos otros casos. No hay una regla a seguir que sirva para todos
por igual. Ni para todos los países por igual. Muchos son los factores que se
podrían tener en cuenta para valorar cambios, (religión, crecimiento económico, desarrollo
de la cultura, etc.)
El
caso de Rusia quizá merezca una reflexión aparte.
Quizá
porque, a diferencia de otros, lejos de evolucionar, parece involucionar por
momentos.
Tal
vez porque a diferencia de otros países, que apuestan por dar un paso adelante
e incorporar a sus instituciones figuras de carácter democrático, en Rusia, se
apuesta por darle carta de continuidad a un régimen, nominalmente democrático
solo en las formas (se celebran elecciones libres), que no en el fondo, dado los
rígidos controles que a las libertades se ponen a diario.
En
Rusia todos los factores arriba mencionados, cuentan, y son un sin fin, los
estudios, artículos y seguimientos que en general se hacen de la evolución del
país (recientemente se han celebrado elecciones presidenciales que así lo ponen
de manifiesto), pero de entre todos ellos, uno es siempre recurrente. La revisión
de la figura de su líder: Vladimir Putin.
Personaje de perfil opaco,
siempre ceñido a un atmósfera de impenetrabilidad e información dosificada al
máximo, Putin y su partido, Rusia Unida, han renovado la confianza de su
electorado. Pese a las sospechas de posible fraude, y a los intentos de
protesta por parte de un sector de la ciudadanía, el máximo responsable del
país desde la caída de Boris Yeltsin ha renovado la confianza del electorado,
con la inestimable ayuda de su lugarteniente y candidato alterno en el mando ( Presidencia-Primer Ministro),
Dmitri Medvédev.
¿Por qué la gente confía en un ex
miembro del KGB, de perfil bajo, nada dotado para la oratoria, sin una imagen
convincente, sin carisma, ni habilidades que le confieran dotes de líder político o estadista?
Dicen
que setenta años de dictadura comunista, de régimen burocrático sin fisuras,
crean un estado mental difícil de superar en los años transcurridos desde la
caída del telón de acero y la descomposición del régimen soviético. Aún hoy,
después de los años transcurridos de la afamada Perestroika, Mijail Gorbachov
sigue apareciendo entre los políticos menos apreciados por la ciudadanía rusa.
Cierto poso de resquemor y de molestia por el protagonismo perdido a nivel
internacional sigue calando en buena parte de un electorado, que tampoco ve
grandes ventajas a un sistema nuevo que, lejos de dar oportunidades y generar
riqueza, tan solo empobrece a la mayoría y cimenta el auge de emporios y oligarquías económicas de todo tipo.
El cultivo de un paneslavismo
ruso de perfiles muy nítidos hace mella en una población necesitada de
referentes patrióticos y de protagonismo en la esfera internacional; alimentar
el orgullo de ser rusos es un modo de sustituir la vieja dualidad de dar la
contrapartida a los americanos y su sistema capitalista desde la vieja
legalidad soviética.
Dice
la biografía oficial de Putin que él ,a diferencia de los niños de su edad que apostaban por ser cosmonautas, quería ser miembro del KGB. Tal vez por herencia
paterna, (su padre fue espía), o por considerar a la antigua agencia de
espionaje como el lugar perfecto para dar rienda suelta a su carácter hosco y
rudimentario, así como a sus condiciones
físicas, (Putin es un experto en Sambo,
una especie de arte marcial moderno, deporte de combate y sistema de defensa
propia desarrollado en la antigua Unión Soviética).
Sea como fuere y pese a las múltiples sospechas que puedan producirse en los procesos electorales a los que ha concurrido, Putin es el líder
que da pasos adelante mirando hacia atrás, rescatando cosas del pasado para gobernar el presente.
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