Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




viernes, 26 de octubre de 2018

Perdidos


   No serían más de las 7.40  de esta mañana cuando decidí subir al 140 para ir a la oficina en vez de utilizar el metro.

  Ubicado en mi asiento me disponía a landerear un rato, (a leer una novela de Luis Landero, de la que daré buena cuenta aquí tan pronto como la finiquite), cuando dos pipiolos de no más de dieciséis años se acercaron prestos a mi zona para acomodarse justo en los asientos que quedaban a mi espalda.

  A pesar de poner la atención en mi libro, el tono de voz con el que hablaban me obligo a poner la oreja y acabar por involucrarme en su conversación, tan intrascendente como divertida:

-       Hemos quedado en Vicálvaro, ¿Quieres creer que no he estado allí en mi vida?
-       Pues no está lejos de aquí.

-       Si es verdad, ¿Está pasado Puente de Vallecas, verdad?

(Se oyen risas y burlas)

-       ¿Pero, qué dices?

-       ¡Ah sí, es verdad, detrás está Méndez Álvaro, no Vicálvaro, suena casi igual!
       
  Al final terminé por reír yo también ante la ocurrencia y de paso mientras mantenía el libro abierto sin prestarle atención, me dejaba llevar por una de mis clásicas ensoñaciones de paseo en bus.

  Esta vez mi cabeza me llevo a mis inicios, a cuando llegué a Madrid sin tener idea de que lo haría para quedarme para siempre, allá por el año noventa y tres. Inevitable no recordar el taxi que me trajo de Barajas a Mirasierra para ir a mi residencia de estudiantes a una hora bastante ya tardía. Mis ojos se quedaron fijos durante el trayecto en la sede del centro de I+D de Telefónica en Avenida de América. Acostumbrado a ver la de Santa Cruz en La Cruz del Señor, aquel edificio me pareció una mole gigantesca.

  Aquel primer mes fue el mes de los descubrimientos, siendo especialmente fascinante el de aprender a hacer transbordos en el metro; a menudo me bajaba en alguna estación elegida al azar, y salía a andar sin más objetivo que hacerlo hasta que mis pies dijeran basta. Armado con mi plano de metro para volver, simplemente me limitaba a buscar en él la parada más cercana. Así conocí buena parte de la zona Sur de Madrid, desde Pirámides hasta Aluche, o la Zona de los Bulevares y el centro.

  No fue hasta mi venida a Moratalaz, barrio en el que vivo, hasta que no supe de la ubicación exacta de Vicálvaro, el mismo que mi compañero de viaje de atrás hoy apenas si sabe ubicar en el mapa. Me doy cuenta que su desconocimiento y falta de orientación no solo no me producen malestar sino que, incluso despiertan mis simpatías. Me recuerdan a aquel pipiolo de veinte años que llegó un día a esta tierra y andaba igual de perdido y desorientado, en una ciudad tan grande para el cómo fascinante.

  Veinticinco años han pasado desde entonces. Quizá algún día me anime a relatar mis andanzas por sus 604 km²,  que se han constituido en el espacio donde se desarrolla mi vida entera. Veinticinco años de un flechazo que se mantiene intacto, pues no hay día que pase que no me sienta afortunado de vivir aquí.

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