Oiga usted, ya lo siento pero… Es que tengo que
matarle, ¿Sabe? Alguien que escribe cartas y las empieza con un simple: Hola,
¿Qué tal?… ¡Habrase visto!, por mucho menos mataron a gente en la Guerra Civil.
Si, créame, le estoy haciendo un favor. Ya me dará las gracias en alguna otra
vida. Cuando le envíe al otro barrio ya habla usted con quien esté de encargado
allí y le pide que le devuelva con un poquito de mejor gusto. Que le de alguna
lección de modales epistolares y le enseñe algún encabezamiento más decentito,
que si perdemos la elegancia en los comienzos no somos nadie; que no cuesta nada empezar con un Ilustrísimo señor o un Muy señor mío, puesto que no hay
confianza con el interpelado en su misiva; y si la hubiera con un Querido amigo seguido del clásico, espero que a la llegada de estas líneas te
encuentres bien, nosotros bien, a Dios gracias… ¡Qué menos, por favor!
Mire a donde nos ha llevado su parquedad
estilística, su manía de ahorrar letras y tinta… ¡Pero alegre esa cara hombre,
si está usted haciendo un favor a la humanidad, desapareciendo con su tacañería
dialéctica! Espere, mire si soy generoso que antes de que le despache voy a
prepararle una pequeña carta de recomendación para que así entre usted con buen
pie y no me guarde rencor, que le veo que me mira raro… Como uno es hombre
precavido ya tengo algunas cartas preparadas
para casos de emergencia como el suyo, que es de traca y requiere de una intervención
rotunda, sin medias tintas.
Dígale al que lleva las llaves ahí arriba que le
entregue ésta a quien sea menester, y si no hay quien pueda adiestrarle, malo
será que no se de usted de bruces en algún momento con algún Cadalso o Rilke que puedan aleccionarle.
Bueno caballero, con su permiso le pego ya el tiro
que no tengo toda la tarde, ¿A seguir mal, eh?, ¡Qué es por su bien! Cuídese.
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