Interior de un
despacho de mobiliario anticuado y amplio ventanal, con las cortinas abiertas.
Una mesa de roble se ve en el centro y una estantería lacada en negro cubre
toda la pared a la derecha, según se entra, atestada de libros apilados sin un
criterio concreto.
Sentado en la mesa está Ernesto, rebusca en el cajón
de la mesa, el que está a su derecha, con afán. Se le ve entre dos montañas de
papeles que forman una especie de tetris
irregular. Delante de él se ve una carpeta amarilla.
Ernesto:
Juraría
que las he dejado aquí, parece mentira siempre me pasa lo mismo…
(Se oye ruido metálico de objetos y papeles, dentro
del cajón, un fleje de ellos cae al suelo).
Ernesto:
Tantos
días esperando a que llegaran los resultados de las pruebas y ahora no tengo
mis gafas para leerlos, ¡De verdad, qué
cabeza tengo!
De la mesa la escena se traslada a la estantería,
Ernesto rebusca entre más y más papeles y libros. Revisa uno por uno cada
estante. Su respiración se vuelve más densa y sonora.
Ernesto:
Voy
a enfadarme de verdad, no me lo puedo creer, ¿Dónde están mis gafas?
(Con el codo al girarse empuja una de las montañas
de papeles de la mesa que cae como si fueran fichas de dominó que se despliegan
por todo el suelo y llegan a los pies del ventanal).
Ernesto:
(Gesto como de dar una patada), Es increíble. Vaya momento para perder mis gafas. ¡Esto es frustrante!
(Empieza a lloriquear).
La puerta del despacho se abre, aparece una mujer de
edad madura; arrastra unas pantuflas de cuadros con las suelas gastadas y las
puntas deshilachadas. Se seca las manos en el mandil. Mira con cara de
perplejidad, que enseguida se cambia a un gesto de enfado.
Matilde:
¿Se
puede saber qué estás haciendo, no te conformas con tener esta habitación echa
una leonera, que encima ahora te dedicas a sembrar el suelo con tus
polvorientos papeles?
Ernesto:
Lo
que me faltaba, encima ahora a escuchar tus reproches.
Matilde:
¿Reproches?
¿Quién va a recoger esos papeles después?, seguro que tu no. Y yo tampoco, qué
narices; estoy harta de que me lo eches en cara cada vez que intento entrar en
esta pocilga.
Ernesto:
Pocilga
no, todo está en su sitio, es simplemente que no quiero que me descoloques las
cosas de donde están, que yo sé dónde tengo que ir a buscar cada cosa…
Matilde:
¡Pero
qué voy a descolocar aquí si todo esta manga por hombro!, ¡Y qué vas a saber
tú! Siempre me acabas llamando a grito pelado para que te encuentre las cosas.
Ernesto:
Tampoco
es para tanto, además ¡Si no entras nunca en esta habitación!
Matilde:
Claro
que entro, aunque me dé arcadas ver tanto polvo y tanto desorden. Te recuerdo
que estos 15 metros cuadrados son también bienes gananciales y que puedo entrar
cuando quiera.
Ernesto:
¿Bueno,
me vas a ayudar a buscar las gafas o no?
Matilde:
Ah,
que estás buscando las gafas, ¡Ja!
Le mira con cara de chufla cuando se acerca hasta
él. Ernesto arruga el gesto como un crio, entrecerrando los ojos como si
tuviera miedo de que le diera una colleja. De repente acerca las manos a su
cabeza y con cuidado le quita las gafas. Las llevaba puestas encima, en el pelo.
Matilde:
No
eres más tonto porque no te entrenas hijo mío. Cuanto más viejo te vuelves más
tonterías haces. Un día de estos vas a perder la cabeza, y me voy a alegrar,
así me ahorro tener que oír tus gritos y tus gruñidos. ¡Qué vejez me estás
dando!
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