Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 9 de julio de 2018

¡ Y mis gafas!



 Interior de un despacho de mobiliario anticuado y amplio ventanal, con las cortinas abiertas. Una mesa de roble se ve en el centro y una estantería lacada en negro cubre toda la pared a la derecha, según se entra, atestada de libros apilados sin un criterio concreto.

Sentado en la mesa está Ernesto, rebusca en el cajón de la mesa, el que está a su derecha, con afán. Se le ve entre dos montañas de papeles que forman una especie de tetris irregular. Delante de él se ve una carpeta amarilla.

Ernesto: 

Juraría que las he dejado aquí, parece mentira siempre me pasa lo mismo…

(Se oye ruido metálico de objetos y papeles, dentro del cajón, un fleje de ellos cae al suelo).
Ernesto:

Tantos días esperando a que llegaran los resultados de las pruebas y ahora no tengo mis gafas para leerlos,  ¡De verdad, qué cabeza tengo!

De la mesa la escena se traslada a la estantería, Ernesto rebusca entre más y más papeles y libros. Revisa uno por uno cada estante. Su respiración se vuelve más densa y sonora.
Ernesto:

Voy a enfadarme de verdad, no me lo puedo creer, ¿Dónde están mis gafas?

(Con el codo al girarse empuja una de las montañas de papeles de la mesa que cae como si fueran fichas de dominó que se despliegan por todo el suelo y llegan a los pies del ventanal). 
Ernesto:

(Gesto como de dar una patada), Es increíble. Vaya momento para perder mis gafas. ¡Esto es frustrante! (Empieza a lloriquear).

La puerta del despacho se abre, aparece una mujer de edad madura; arrastra unas pantuflas de cuadros con las suelas gastadas y las puntas deshilachadas. Se seca las manos en el mandil. Mira con cara de perplejidad, que enseguida se cambia a un gesto de enfado.


Matilde:

¿Se puede saber qué estás haciendo, no te conformas con tener esta habitación echa una leonera, que encima ahora te dedicas a sembrar el suelo con tus polvorientos papeles?
Ernesto:

Lo que me faltaba, encima ahora a escuchar tus reproches.

Matilde:

¿Reproches? ¿Quién va a recoger esos papeles después?, seguro que tu no. Y yo tampoco, qué narices; estoy harta de que me lo eches en cara cada vez que intento entrar en esta pocilga.
Ernesto:

Pocilga no, todo está en su sitio, es simplemente que no quiero que me descoloques las cosas de donde están, que yo sé dónde tengo que ir a buscar cada cosa…

Matilde:

¡Pero qué voy a descolocar aquí si todo esta manga por hombro!, ¡Y qué vas a saber tú! Siempre me acabas llamando a grito pelado para que te encuentre las cosas.

Ernesto:

Tampoco es para tanto, además ¡Si no entras nunca en esta habitación!

Matilde:

Claro que entro, aunque me dé arcadas ver tanto polvo y tanto desorden. Te recuerdo que estos 15 metros cuadrados son también bienes gananciales y que puedo entrar cuando quiera.

Ernesto:

¿Bueno, me vas a ayudar a buscar las gafas o no?

Matilde:

Ah, que estás buscando las gafas, ¡Ja!

Le mira con cara de chufla cuando se acerca hasta él. Ernesto arruga el gesto como un crio, entrecerrando los ojos como si tuviera miedo de que le diera una colleja. De repente acerca las manos a su cabeza y con cuidado le quita las gafas. Las llevaba puestas encima, en el pelo.

Matilde:

No eres más tonto porque no te entrenas hijo mío. Cuanto más viejo te vuelves más tonterías haces. Un día de estos vas a perder la cabeza, y me voy a alegrar, así me ahorro tener que oír tus gritos y tus gruñidos. ¡Qué vejez me estás dando!

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