Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




viernes, 24 de enero de 2020

El buzón

  No hace mucho que en este mismo sitio escribía una entrada haciendo notar como determinados miembros del paisaje urbano de mi barrio habían desaparecido. Cabinas de teléfono y quioscos de prensa que en otro tiempo poblaban las esquinas de muchas zonas, ahora son un simple recuerdo.

 Que los tiempos cambian es un hecho, y que las cosas desaparecen por obsoletas es incuestionable.Ambas son víctimas de un ejecutor implacable, la red, cuya implantación es fuente de abandonos y cambio de hábitos. Aunque en realidad no es correcto hablar de ese cambio como tal. Seguimos haciendo lo que buscábamos en cabinas y teléfonos públicos, pero lo conseguimos por otra vía.

 Pero hay otros damnificados, que aunque sobreviven, lo hacen a duras penas, siendo si acaso una sombra tenue de lo que llegaron a ser en su momento. Y si bien un tiempo antes eran un elemento fundamental de la vida doméstica, ahora apenas si son un ornamento más que decora las entradas de las viviendas.

 No me refiero a otra cosa que al buzón.




 Antes, cuando existía un mundo epistolar en papel que funcionaba a pleno rendimiento, era el buzón un lugar donde se depositaban ilusiones o no tan buenas nuevas en forma de cartas. Abrir la portezuela de ese minúsculo cajetín y encontrar en su interior un sobre con letra escrita a mano que se reconocía casi al instante, era comenzar una pequeña aventura que se vivía en el interior de la carta con la lectura de cuantas páginas en ella cupieran. Otras veces eran más parcas en palabras, aplicándose el cuento de que siempre más vale una imagen, y así en forma de tarjeta postal llegaban noticias de otras ciudades, de otros sitios, siempre visibles en el anverso de ese trozo de cartulina. Motivo de colección y de mercadeo en lugares vacacionales que las vendían como souvenirs, ahora no son más que una simple reliquia. Al igual sucede con las postales navideñas, esos famosos christmas, que en las últimas semanas del año poblaban escaparates de papelerías, tiendas de regalos e incluso estafetas de correos que se sumaban al negocio de su venta.Llegar a casa y abrir el buzón que contuviera una de esas tarjetas dentro suponía recoger un poquito de cariño que en formato de papel llegaba a nuestros corazones una vez que el cartero la depositase allí.

 Todo un mundo de emociones circulaba por ese medio, y todos esos caminos iban a desembocar al mismo lugar: el buzón titular de la dirección postal de cada cual.

 Hoy en cambio cuando entras en casa y lo ves, apenas si haces el gesto de ver si tiene algo en su interior, a través de alguna de sus rendijas o cristal, y si en el encuentras algo, la mayor parte de las veces es un pasquín publicitario o alguna revista comercial de gran superficie comercial. A veces alguna factura que te da pereza domiciliar on line, o alguna comunicación oficial llega hasta esa contenedor de latón que parece tener como única aliada a la administración pública, en cualquiera de sus variantes, siempre tan reacia a actualizar sus comunicaciones por vía electrónica.

 Hubo un tiempo en que contaba por docenas mis amistades epistolares, y era rara la semana que no escribía más de quince cartas. Hoy mis escritos son por tema de trabajo la mayoría de las veces y no requieren de sello alguno al partir a su destinatario desde un ordenador.

 Por eso cuando entro a casa, siempre en el rellano de mi portal lo primero que hago es mirar mi buzón, y aunque sepa que no hay nada, porque nada me dice la rendija, lo abro, como si con esa única vez que lo hago le diera algo de dignidad a ese trozo de metal, que un día fue una caja mágica, llena de sorpresas donde mil historias o mil sitios podían estar a mi alcance.

 

 

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