Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 26 de agosto de 2019

Un torero al agua

   Andaba disperso y divagando,como de costumbre al salir del trabajo,  sentado en el 140, con la cabeza apoyada en el cristal de la ventanilla del autobús, camino de casa.

  Justo en una de las paradas del trayecto de la linea, mis ojos se fijaron en un cartel anuncio de una autoescuela, donde se ofrecían cursos de carretillero.

 - Carretillas elevadoras claro, me dije, pensando en lo que leía, al tiempo que mi memoria me traía recuerdos de hace más de veinte años.

 Si, hace veinte años trabajaba de mozo de almacén en un centro logístico de distribución que la Cadena Día tiene en las afueras de Sabadell. Con una extensión equivalente a varios campos de fútbol, aquel centro suministraba pedidos a mas de seiscientas cincuenta tiendas en Cataluña y Baleares, y a algunas tiendas de Grecia.

 Vestido con mi inevitable uniforme rojo, y botas con refuerzo en la puntera, montado en una carretilla con dos palas horizontales cargaba mi hoja de pedidos que alcanzaba los mil seiscientos bultos de media diaria, en las ocho horas que escrupulosamente cumplía entre las dos de la tarde y las diez de la noche.

 ¿ Cómo acabé de mozo de almacén? Uff, es una larga historia, y quizá diera para escribir una novela; cansado de intentar ejercer de vendedor de seguros para Agrupació Mutua, y de no recibir más ofertas de trabajo que para puestos de comercial, me animé a probar la experiencia de trabajador de perfil bajo. Y de ese modo obtuve un modo de ganarme la vida en los apenas nueve meses que viví en Barcelona.

 De entre las muchas cosas que llamaban la atención en aquellas naves estaba la megafonía, instalada con una potencia tremenda que hacía que cada vez que alguien hablase por alguno de los micrófonos habilitados se escuchara un estruendo tremendo.

 Uno estaba instalado junto a la zona de los palets del agua mineral, convenientemente precintados con plástico y celulosa para que su líquida carga apilada botella sobre botella, no se viniera abajo. Tan juntos estaban unos de otros, que para poder moverlos de su sitio era necesario requerir la intervención de un carretillero que con la fuerza de su máquina y la maña y destreza de su manejo, pudiera ayudar a cargar la mercancía. 

 No recuerdo cuantos carretilleros tenía el almacén por turno, pero a pesar de ser unos cuantos, apenas si daban abasto para cubrir la extensión de la nave, repleta de calles y calles armadas con estantes que llegaban hasta el techo de uralita, rebosantes de comida, bebida, productos textiles y otros de consumo doméstico.

 Dada la rapidez de las maniobras, y la necesidad de acortar los tiempos, también claros y concisos debían ser los mensajes a transmitir por la megafonía, por eso cuando alguien cogía el micrófono para demandar la presencia de una carretilla elevadora, el mensaje que se escuchaba era:

- ¡Un torero al agua, un torero al agua!

 Debí poner una cara de perplejidad que dibujara en mi rostro un gesto absurdo la primera vez que escuché ese mensaje, el día que me incorporé a mi puesto y andaba recibiendo formación, que el chico que lo estaba haciendo no pudo menos que partirse de la risa. A medida que iba viendo al carretillero faenar para mover los palets, me explicó que en Cataluña a las carretillas las llaman toros y que, por lógica pura, a sus conductores, toreros.

 Arranca el autobús y dejamos atrás la autoescuela. Continuo con la cabeza apoyada en el cristal mientras pienso en cómo debieran haber redactado el anuncio del cartel; ¿ Se dan cursos de torero, se forman toreros, se enseña a manejar un toro? Inevitablemente no puedo hacer otra cosa que reírme, mientras dejo que mi mente vuelva a su estado divagante, como siempre, después de ocho horas de ordenador y hojas en excel.



 

  
 

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