Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




miércoles, 28 de agosto de 2019

Gota fría

  Lunes por la mañana. Increíble lo cuesta arriba que puede hacerse a veces el comienzo de la semana. Un whastapp me anuncia en el teléfono que una buena amiga esta de paso en Madrid. Quedamos para tomar café. El lunes tedioso y anodino tiene un aliciente para variar y al acabar mi jornada laboral me voy al centro.

  Me espera sentada ya en una mesa de metal y mármol del Café Central, vetusto y elegante como siempre, más ahora desde que un indulto in extremis le ha permito seguir siendo referente de conciertos de música negra, cuando todo hacía prever que cerraría por la subida del precio del aquiler a un local de renta antigua. Alegría, besos y abrazos y un café y un té negro acompañan el breve reencuentro amenizando el toma y daca de preguntas y respuestas que comienza con el inevitable: ¿ Cómo te va todo?

  Es entonces cuando comienza a llover, con lluvia fina al comienzo, que da paso a goterones más grandes que caen como flechas a medida que se incrementa la fuerza con la que cae el agua. Será por la falta de costumbre, porque llevamos meses sin ver una gota, pero de repente la charla se para y se centra en observar las cristaleras del café, comprobando como el agua rebota en el suelo, chapoteando en los charcos que comienzan a crearse, apenas interrumpidas por pasos apresurados de gente que busca refugio para no calarse hasta los huesos.

 Las previsiones hablaban de tormentas de cierta intensidad y en esta ocasión no erraron el pronóstico. Con el paso de los minutos, la intensidad de la lluvia no baja y los charcos terminan por disolverse en torrenteras que comienzan a caer plaza abajo desfilando por un barrio de las letras que imagino un arroyo creciente.

 Mientras sigo con la mirada perdida en las cristaleras, al igual que mi amiga, de repente me acuerdo de una tromba como esta, allá por el año 1995, que como entonces me pillo fuera de casa, pero no al fragor de un café y con compañía como ahora, sino en plena calle y  camino de encontrarla ya que iba a una residencia de estudiantes, donde había quedado para recoger a mi novia de entonces. El ansia por no llegar tarde pudo más que la lógica y me lancé en una carrera desenfrenada desde mi colegio mayor hasta la boca de metro que me hizo calarme completamente. El traslado en el subterráneo, mucho más lento de lo habitual, terminó con mi llegada a la Glorieta de Bilbao donde el agua comenzaba a anegar los accesos de la estación hasta llegar a los tobillos, y al salir a la calle de puntillas, más agua me esperaba en mi recta final hasta dar con el portal de entrada de la residencia.

 De cuanta agua podría llevar yo encima seguramente diera buena cuenta la mirada sorprendida de la monja que aquella tarde estaba en la portería; mientras llamaba por megafonía a Sonia no paraba de echarme miradas, mitad de incredulidad y de reproche, que no hacían más que acrecentar mi sensación de sentirme un completo fantoche en ese momento. Y para colmo de males peor aún fue la que me lanzó mi novia, que debió creer que iba a buscarla montado en un corcel negro y vestido de príncipe y en cambio se encontró a un mindundi calado hasta los calzoncillos, más próximo a pillarse una pulmonía que de iniciar un paseo de cuento con su prometida. 

 Aquella tarde se anegó una parte de la M30 porque los responsables del viejo cauce del Manzanares no abrieron las esclusas para desalojar agua, y la final de Copa del Rey, celebrada en el Paseo de la Castellana, entre Valencia y Deportivo de La Coruña debió de ser suspendida, para reanudarse algunos días después. Yo por mi parte me llevé la bronca de turno, que terminó en reconciliación en el viejo Speak Easy de la Calle Francisco de Rojas.

 Ana me mira y se ríe. Dice que hace rato que lleva observándome y que le encantaría saber en qué estoy pensando. Me sonrío y le pongo al corriente de mi cita con Sonia de aquella tarde de Junio, puede que tan pasada de agua como esta. Y sin querer le cuento mi historia con aquella chica con la que apenas llegué a salir medio año: Solo recuerdo de ella que estudiaba económicas en el CEU y que era de Pedro Muñoz, un pueblo de Ciudad Real. Quien sabe, quizá si me la cruzo algún día la reconozca, le digo a mi amiga mientras pedimos otro té y otro café, con la excusa de que no se puede salir por culpa del agua.  

  Hay veces que los lunes pueden ser adorables, con confesiones de una tarde de lluvia y de gota fría.

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