Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




jueves, 18 de abril de 2019

Aquella rodilla

   Nada hacia presagiar que aquella tarde fuera a pasar nada, menos aún cuando tomando la primera cerveza me confesó que no había leído bien el dato de mi edad, pensando que tendría cinco años más de los que en realidad tengo. Quedamos en una parada de autobús, ya que la cercanía de su casa a la mía permitía poder aproximarnos a un barrio u otro con la conexión que nos proporcionaba el ciento cuarenta. Que en su barrio hubiera partido del Atleti, decantó la balanza hacia mi zona y La Lonja. 

 Era morena, bajita, de apenas un metro sesenta de estatura. Guapa de cara, con unos labios carnosos, mantenía un cutis espléndido que nada hacía presagiar que tuviese los cincuenta y seis años recien cumplidos que tenía. Enfundada en unos vaqueros apretados y unas botas negras de tacón medio, tras un breve paseo, empezamos la cita en la terraza de uno de los bares de La Lonja baja.

 Como suele ser lo habitual en este tipo de citas, la primera cerveza fue de tanteo, de aterrizaje, para ir disipando los nervios del encuentro casi a ciegas; miradas rápidas, sonrisas nerviosas que poco a poco se van atemperando, la conversación acabó fluyendo con naturalidad,  dejando que las peripecias de su divorcio después de treinta años de convivencia y dos hijos en común fuera el argumento que permitiera que aflorara la confianza.

 A la tercera cerveza le pregunté que si estaba a gusto, a lo que me respondió enseguida que sí, y a mi sugerencia de tomarnos una copa, aceptó sin dudar, convencida ya de que no volvería a su casa con el mismo autobús, sino con un taxi, dada las horas. Por culpa del relente dejamos las terrazas para irnos al interior de un pub donde nos pedimos un whisky y un ron con limón.

 Sentada enfrente de mi, mientras comentaba que estaba de baja por culpa de un esguince de rodilla, me sugirió si no notaba diferencia entre una rodilla y otra, señalándome que parte de la rodilla más le dolía, fue entonces cuando mi mano se acerco a la rodilla para tocarla mientras ella seguía diciéndome. Mi mano se deslizó suave, arriba y abajo, sobre la maltrecha rodilla que en ese momento era nuestro primer momento de contacto.

 Terminada la copa, me ofrecí a acompañarla a la parada de taxi. Con la excusa de que habíamos bebido mucho caminamos un rato. Cerca ya de mi casa ante la necesidad que tenía de hacer pis, le ofrecí subir a mi piso, a lo cual accedió.

 Me disponía a llamar a un taxi para que viniera a recogerla cuando, me agarró la mano y me dijo mientras se sentaba a mi lado en el sofá, " espera que repose un poco", Tan solo fue oír eso cuando mi mano volvió a posarse sobre la rodilla del esguince, como si esa fuera la puerta que diera acceso al resto de su cuerpo. Apoyó su cabeza en mi hombro, mientras yo seguía acariciándole la pierna, ahora muy cerca de la pelvis. Apenas pose la mano en su cintura, me ofreció su boca,  sin más.

 Nos besamos con desenfreno, como si no fuera bastante el tamaño de la boca y quisiéramos engullirnos, su lengua  se movió alocada en mi boca, chocando con la mía en medio de una vorágine de suspiros sin apenas dejarnos tiempo para tomar aire y respirar, sin apenas darnos un suspiro, nos quitamos la ropa a la carrera, para meternos en la cama sin más demora. 

 A horcajadas sobre mi seguía besándome con ardor,con una pasión que hacia que mi erección fuese cada vez más intensa. Sin darme tiempo a coger un condón se metió mi polla en su vulva, que estaba chorreante y excitada. Se deslizó en su interior hasta que hizo fondo y completó la penetración, al tiempo que ella cabalga con premura, como si le fuera la vida en ello. sus gritos y gemidos, me ponían cada vez más y más haciendo de ese encuentro una angustia en forma de gemidos.
  
  Le mordí las tetas con desesperación, hicimos la croqueta para cambiar de postura, inusualmente la empotraba con una fuerza salvaje una y otra vez mientras hacíamos la postura del misionero. Besos y mas besos acompañaban tanto ajetreo, envueltos en un sudor nos empapaba cada vez más. Fue a la vuelta de la último arreón, con ella otra vez encima, cuando se corrió con una contundencia que hizo que notara como su líquido corría entre sus muslos. Volví a agarrarle las tetas y mientras le pedía entre suspiros que no parara de moverse me corrí yo, con una intensidad que hizo que llenara de semen su coño y mis sábanas.

 Exhaustos, reposamos media hora, sin decirnos nada. Al  poco se vistió y llamé al taxi. Le acompañé a la puerta y antes de que subiera al coche me dio un piquito de despedida y me dijo: " ha estado muy bien". Entre las luces de la calle, vi como el taxi se marchaba por la avenida; tras el furor vino la calma,el silencio y con todo ello, el sueño.

 Dormí plácidamente, como se duerme cuando se descarga y se tiene cansancio. Mientras tomaba el café por la mañana pensaba en cómo una tarde de sábado sin más pretensión que salir y tomar algo había terminado en una aventura excitante. Quien sabe, si no hubiera tocado aquella rodilla...

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