Si ya referíamos en otro momento la difícil convivencia que un escéptico tiene con la fe, más difícil aún parece encontrar algún tipo de equilibrio con la pasión. La pasión lleva añadidos a su condición determinados elementos que son contrarios al estado de prudencia y control que va aparejada a quien se declara seguidor de la escuela de Pirrón. Pasión es por regla general opuesta a la razón, pese a que en algún juego de palabras se diga que puede tenerse pasión por la razón, la razón desapasiona, convierte a quien la busca y practica en alguien metódico, acostumbrado a esperar para tener con qué cotejar aquello que persigue y con lo que especula racionalmente, mientras que aquella otra conlleva espontaneidad, vehemencia, cualidades al fin y al cabo alejadas de la búsqueda de un estado de afasia propio de quien duda de todo y por ello busca adquirir tranquilidad, la cual te convierte en alguien prudente, permitiéndote vivir en un grado de razonable falta de alteración pese a la ausencia de certidumbres plenas.
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