Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




viernes, 7 de diciembre de 2012

Chivi


 De nuevo viernes. Otra semana más toca a su fin. Es viernes de puente, el de la constitución para más señas; como tantas otra veces lo paso en Madrid y trabajando. El tiempo es de diciembre:  frío y lluvioso y apenas si hay luz en medio de esta mañana de cielos grises.

 Acaba una nueva semana; otras tres nos quedan para despedir este año, que como el día de hoy, si por algo se va a caracterizar será precisamente por su color gris y triste.Tal vez en las próximas entregas me anime a incluir algún comentario a modo de balance sobre estos doce meses de desidia, frustración y sobre todo miedo. Miedo a perder el trabajo a no tener a qué recurrir. Miedo a no saber qué va a pasar. Eso tal vez será otro día; hoy quiero poner como colofón a esta semana que termina un pequeño comentario que sirva de homenaje por un lado y bienvenida por otro.

 Día tres de diciembre de 2012. Difícilmente lo olvidaré; el pasado lunes fallecía César compañero de estudios y nacía Hugo, hijo de otra amiga también compañera de clase. Nos conocimos los tres hace cerca de doce años, cuando decidimos realizar un curso de especialización para licenciados. Fue aquel un año intenso, en que coincidimos un grupo de gente de lo más variopinto, con diversas procedencias y muy dispares licenciaturas universitarias. Pronto hicimos migas y más que un curso de especialización o master, hicimos de aquel año una experiencia de ocio, diversión y aproximación que nos permitió consolidar relaciones personales solidas y duraderas. Buena parte de mi grupo de amigos íntimo procede de ese año. Es por tanto inevitable recordar aquellos meses de convivencia con sentimientos de cariño y nostalgia.

 Una vez que concluimos cada uno siguió su camino, pero gracias a las nuevas tecnologías y formas de comunicación que existen gracias a las denominadas redes sociales volvimos a retomar el contacto. De hecho César fue uno de los más enfervorizados defensores de este medio de conexión, hasta el punto de convertirlo casi en un medio de vida. Gracias a él publicitaba sus convocatorías de reuniones para una iniciativa de recursos humanos de la que era precursor. Organizaba talleres para ayudar a gente en la tarea de buscar empleo y no dudaba en involucrar a cuantos pudiera en busca de ese objetivo. Recibí muchas de esas invitaciones a través de la red aunque nunca asistí a ninguna; mi alejamiento progresivo e inevitable del mundo de los recursos humanos, así como mi afortunada condición de empleado me invitaron a ello. Eso no fue óbice para que mantuvieramos el contacto a través de esa vía charlando sobre mil cosas o compartiendo experiencias en algo a lo que los dos eramos adictos: El camino de Santiago. En cualquier caso, nuestra relación nunca fue más allá de la pantalla de un ordenador, Hacía años que no nos veíamos físicamente
y apenas si mantuvimos contacto telefónico. Como no puede ser de otra manera, cada uno siguió  su camino, él cansándose con Silvia, otra compañera de aquel curso y siendo padre de dos hijos; yo con mis libros, mi trabajo y mis peculiares idas y venidas en la para nada convencional vida sentimental que he tenido desde esa  fecha. Un correo enviándole el currículum de un amigo que buscaba empleo fue la última vez que hable con él hace ya algunos meses. Misteriosamente desaparecieron las convocatorias del  pinkslip party  que promovía junto a otros profesionales de rrhh; incluso sus pequeñas coletillas que a modo de sentencias y consejos breves sobre como afrontar la tarea de buscar empleo dejaba a través de la blackberry, o sus pequeñas historias que sobre su vida privada compartía con nosotros en Facebook se evaporaron. No le di importancia, quizá porque no me pareció relevante; tal vez porque como hablaba con otra amiga a raíz de tan fatal noticia, cada uno esta a su bola y por no tener, no tenemos tiempo ni  de preocuparnos en llamarnos o de tomar un café.

 Hasta que el martes pasado otra compañera del master, María, me envió un correo preguntándome si me había enterado de su muerte; me preguntaba ella si no sería una broma... Y desgraciadamente no lo era; El Chivi, mote cariñoso que le pusimos en aquellos meses de estudio y fiesta en alusión a un cantautor cuyas letras escatológicas fuera de tono le gustaban, nos había dejado para siempre.

  Aún hoy no sé a que causa se debe su fallecimiento. Interrogando a otros con los que tengo contacto de aquella época no he conseguido esa información. Tampoco quise preguntar a nadie de los presentes en el Cementerio de La Almudena cuando decidí pasar a despedirme de él. Seguramente más adelante sepa las causas de ese silencio de meses y de tan terrible desenlace con tan solo treinta y siete años. Solo que se, que como María sugería en su correo, quizá aquello fuese una gracia más del Chivi; tenía que pasarme y comprobar que aquello no era otra de sus macabras bromas; solo cuando el coche fúnebre llegó al crematorio y vimos como salía el féretro de él, sólo cuando vi la reacción de  su madre, que no pudo evitar el acercarse a la caja y abrazarla a modo de despedida, solo entonces terminé por convencerme de que aquella no era una de sus bromas. Cómo olvidar las fotos de accidentes con miembros amputados que nos enviaba, o las charlas que sobre política, siempre a la derecha de la derecha nos daba, desde su peculiar universo conservador propio de quien pertenece a una familia tradicional castrense. A pesar de sus peculiaridades, de sus cosas, César escondía tras esa apariencia irreverente un gran corazón, el mismo que nos entregó cuando estuvo en vida y que nos ha unido a cuantos le conocimos en el momento de su muerte. 


El mismo día que César se fue y gracias a una cesárea programada, Hugo vino al mundo en una clínica madrileña, apenas a unos pasos de aquel chalé donde tenía su sede el centro de estudios superiores
donde cursamos el master y nos conocimos. Es como si el destino hubiera decidido que justo el día que te marchabas viniera al mundo un ser nuevo,  un niño que es hijo de otra integrante de ese mismo curso,
escogiendo como lugar de partida allí donde nos conocimos, allí donde empezó todo. Hugo ha venido bien al mundo y sus dos kilos cuatro cientos gramos llenos de vitalidad han compensado la pérdida de los veintiún gramos de tu alma; nos han permitido asimilar mejor tu marcha y no dejar paso al desanimo ni a la pena por tu ausencia.

 Aún a riesgo de parecer irreverente, he de reconocer César, que cuando fui el pasado miércoles a conocer al niño y a ver a su madre, no pude evitar sonreirme y pensar en ti. " Solo tú podrías irte así", me dije como quitándole hierro al asunto. El chivi en estado puro, saliéndote por la tangente.  Imposible que pasases desapercibido, aunque si quisiste a nuestros ojos hacerlo en tu marcha. Imposible dejarnos huérfanos aunque te has ido demasiado pronto. Déjame que a modo de despedida reproduzca esa sentencia que escogiste para despedirte y que no deja de estremecerme cada vez que la leo. Gracias César por haber existido:




 Si os veis cabalgando solos por verdes prados, el rostro bañado por el sol...
que no os cause temor, estaréis en el Eliseo, ya habréis muerto. Hermanos,
¡¡¡LO QUE HACEMOS EN LA VIDA, TIENE SU ECO EN LA ETERNIDAD!!!

                                                                                Maximus Decimus Meridius


 P.D.: Si lo ves, da recuerdos a Ramón Mendoza.



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