Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 24 de septiembre de 2018

Memoria Historica


            Hace unos días caminando desde el intercambiador de Moncloa hasta la sede de la UNED en la calle Senda del Rey, con la intención de visitar a un profesor de filosofía, decidí alterar mi tradicional ruta, que hasta ese día seguía sin variación por la Avenida de la Memoria. En vez de llegar hasta la Avenida de Séneca y desde ahí bajar hasta el Consejo Superior de Deportes, decidí dar un agradable paseo cruzando el parque del Oeste. 

            Me tengo por un buen conocedor de este parque, que tanto en mi etapa de universitario, como ahora en mi vuelta a las aulas, he frecuentado con regularidad, ya sea a pie, en bicicleta subiendo desde el Puente de los Franceses, o en el Autobús, cruzándolo decenas de veces subido en el A que me acercaba al campus de Somosaguas.

            Sin embargo en esta ocasión y para mi sorpresa me cruce en mi idílico paseo con unos inquilinos que no esperaba ver en medio de la arboleda. Alzados de manera imponente, no menos de tres nidos de ametralladoras de hormigón gris, se levantaban en medio de aquel paisaje bucólico.

            Perplejidad, asombro, sorpresa, incredulidad, extrañeza… la lista de calificativos a lo que me ofrecía la vista podría seguir divagando por estas lindes, a tenor de lo que mi cabeza no acertaba a comprender: cómo habiendo pasado tantas veces por esa misma zona nunca me había percatado de la existencia de tan poco camufladas moles.

            Más aún, sabiendo cómo el cerco a Madrid, tuvo su principal línea de contención precisamente en este parque y en esta zona, durante muchos meses, manteniendo a contendientes de uno y otro bando a escasos metros de distancia, sin más actividad que la de marcarse, mientras las hostilidades se desarrollaban en otros escenarios de la España peninsular. Después de haber leído tanto sobre el asedio a la capital, cómo era posible que se me hubiera escapado la existencia de estos nidos de ametralladoras, y como no me había topado con ellos en alguna de mis incursiones por el parque.



            Como llegaba con tiempo a mi cita con mi profesor, y como mi desazón necesitaba de respuestas, me adentré en medio de aquel paraje donde la pinocha de las ramas caídas de los pinos se mezclaba con el color marrón de la tierra del que brotaban esas moles de color gris casi impoluto pese a los años transcurridos, gracias seguramente a la protección de los árboles. Después de dar una vuelta completa a los tres y comprobar lo herméticamente sellados que estaban para evitar que nadie los profanase como siempre ocurre con los edificios viejos o abandonados, mis ojos se dirigieron hacia algún soporte o cartel, que indicase qué construcciones eran y desde cuando estaban allí. 

            No encontré referencia o alusión alguna. Ninguna indicación, ninguna descripción, ningún dato identificativo. Nada.

            Son cientos, los restos y las construcciones que se mantienen en pie relativas a la Guerra Civil. Camufladas, abandonadas o simplemente ignoradas, siguen esperando a que un trabajo riguroso de identificación e inventario busque la forma de preservarlas, al ser todas ellas parte de la memoria colectiva de este país. Deben salir a la luz, deben documentarse y deben enseñarse al público, para que su conocimiento sea la mejor manera de evitar que nunca vuelva a repetirse algo así. Son una parte importante de la tan cacareada Memoria Histórica, que como buenos españoles no dejamos de procrastinar su conclusión, en todos sus parámetros, una y otra vez.
           

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