Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 11 de febrero de 2019

Serotonina

 Ha  vuelto a hacerlo. Michael Houellebecq vuelve a publicar una novela cargada de significaciones, de mensajes velados y no tan velados y de su siempre calculada dosis de polémica.

 Serotonina, publicada en España bajo la colección Panorama de narrativas del sello de Anagrama narra la historia de un hombre de mediana edad, de cuarenta y seis años para más señas, que emplea las páginas de la novela para desmenuzar lo que ha sido su vida hasta ese preciso momento.Vida cargada de momentos traumáticos, trabajos burocráticos, privilegios propios de clase acomodada gracias a una herencia paterna y excentricidades que terminan por conducir al protagonista a cuestionarse todo e intentar buscar un modo de escapar de su frustrante monotonía.

 La alusión al titulo hace por otro lado inevitable plantearse un grado de morbo y de componente sexual en el contexto de esta historia, sabedores de que la Serotonina es una hormona que produce nuestro cerebro y que se encarga de regular nuestras conductas especialmente en lo relativo al apetito sexual; vinculada a la vida de un hombre que enfila la calle de los cincuenta, permite adivinar un trasiego de historias y andanzas sexuales que tendrán en algún momento la participación de la química a través de cualquier medicamento que permita regular la segregación de esta hormona, siendo este el Captorix para más señas, y del que el protagonista termina por convertirse en completo dependiente, a pesar de sus efectos secundarios.

 Con la habilidad que le caracteriza, Houellebecq disfraza tras una historia de depresión y decadencia sexual masculina, otro tipo de declive que afecta a todo lo que rodea al personaje. Con el pretexto de ubicar la trama en un entorno adecuado son Francia y los franceses en particular y  Europa y los europeos en general,  los señalados en lo que sin duda es una crítica a todo el continente y a su galopante estado de decrepitud creciente.

 Como ocurriese con Insumisión, Houbellecq vuelve a hacer de abogado del diablo desgranando de manera sutil pero firme las prácticas cotidianas de una sociedad ahogada en su riqueza y en sus abusos, aparentemente fuerte y poderosa de puertas a fuera, pero tremendamente carente de contenidos y de argumentos que sirvan si quiera pasa saber definirse, sin criterios propios, sin conciencia y sin ideología alguna, más allá de la de la práctica de un hedonismo retorcido y vacuo.
  
 La pérdida de las señas de identidad, la ausencia de un sentido que marque un rumbo de vida, la respuesta a la pregunta hacia dónde va uno, planteada de un modo colectivo desde la individualidad de Florent-Claude Labrouste, en quien el autor encarna todos los defectos de una sociedad podrida, es la verdadera razón de fondo de una historia pensaba para dar que pensar y remover conciencias.

 Michael Houllebecq va camino de ser una referencia moral de la literarura europea, demandando en sus textos un mínimo de reflexión y de sentido para el futuro de un continente cada vez más envejecido física y mentalmente.



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